jueves, 29 de diciembre de 2011

II



            Los cambios los pasaba como la autopista que me llevaba de la ciudad hacia la ruta. Lentamente, las luces de los edificios caían como fichas de dominó, para dar paso a luces de pequeñas casas, de pequeños barrios de la gran ciudad. Luego de eso, la oscuridad de la ruta, iluminada únicamente por algunos faroles y las luces de mi camión. Este parecía que engullía el camino asfaltado como si de una caminadora, de esas que se usan en el gimnasio, se tratara. Las líneas blancas y naranjas se intercalaban, a veces caprichosamente, otras veces muy suavemente.
           Las horas iban pasando mientras, sentado en el asiento del conductor, me acordaba el lugar donde tenía que ir. A pesar de que el GPS me lo indicaba, igual quería pensar para entretenerme un poco. Primero tenía que entregar frutas y verduras para un supermercado fuera del pueblo. Luego recorrer algunos almacenes y mi trabajo estaría terminado. Por suerte no tuve ningún contratiempo. Ninguna goma se pinchó, ningún cable se cortó y perdió aceite, nafta o lo peor, el liquido para frenos. También, ningún pirata del asfalto que me haya robado la mercadería. Bastante bien para el primer viaje.
            Con las primeras luces del sol, la ruta dejada de ser un lugar sombrío y oscuro, para dar lugar a la llanura. Mucho de ella sembrado con vegetales y cereales de estación. De vez en cuando, alguna arboleda para evitar que la tierra “volara” y a lo lejos, a veces, se veía una chacra o grandes estancias. Como si estuvieran Salpicando la llanura con tonos bayos, marrones y blancos, habían vacas y caballos pastando apaciblemente, sin saber las vacas que en el momento de engorde iban a parar al matadero; los caballos comiendo para juntar energías para el resto de la jornada.
            A lo lejos vi el supermercado. Era una de esas grandes cadenas que se había instalado porque el pueblo era frecuentado por gente rica e influyente. Se veía desde muy lejos el cartel, que cambiaba de colores como banners de páginas web, que te dicen que sos el visitante novecientos noventa y nueve mil y ganaste un I-Pad, un viaje o lo que se les venga en gana. Empiezo a desacelerar hasta que finalmente me detengo. Me quedo un rato descansando luego de tanto viaje. En eso veo un pájaro, muy pequeño, revoloteando cerca del camión. Abro la puerta y lo dejo entrar. Hace unos pequeños pasos por el tablero del camión y asi como si nada me dice “Que fresco ¿No?” Me quedé mudo. No sabía que los animales hablaran.

martes, 27 de diciembre de 2011

Tarde del té

Ayer pasé la barrera de las mil visitas. Gracias a todos los que comparten mis pensamientos en voz escrita.



Te acordás de la tarde del té
en el campo de lavandas
envueltos en un cielo azul.

Nos miramos a los ojos
te hice reír
y me perdía en tu mirada.

Me contaste de tus días
de tus sueños
sobre la tierra y el mar.

Te hablé de mi alegría
de tu paz tan clara
de tu pelo color amanecer.

Y así se fue la tarde
en el campo de lavandas
envueltos en el cielo azul

jueves, 22 de diciembre de 2011

Termina lo que puede ser el primer capítulo de mi historia


Entretanto, mi futuro jefe me llama para decirme que esté listo para el primer viaje. Voy a salir el lunes por la noche hacia un pueblo no muy lejos de donde estamos, para probarme. Al terminar la llamada, me preparo algo de ropa por si las moscas. Eso era lo más fácil. El tema era, si salía todo bien, los libros que iba a llevar. No sabía si después de mi primer viaje iba a ver unos cuantos más. Quería estar preparado. Sin dudarlo me fui a una librería. Ahí el ambiente es calmo. Nadie ofrece nada; todo esta al alcance de la mano. Para que uno agarre sin ser molestado. Como iba a hacer un viaje, quise comprar uno que también hablara de eso. Así encontré Las Ciudades Invisibles. Pagué y me fui a casa, a esperar.
            El fin de semana pasa, y llega el día del viaje. Hago algunas visitas, le dejo la llave de mi casa a mi vieja y unas horas mas tarde, de noche, voy a lo que va a ser mi nuevo trabajo. Mi jefe me estaba esperando y me felicita por la puntualidad. Tengo que llevar un acoplado con comida a unos cuatrocientos kilómetros de ahí. Me pide que tenga cuidado, que no me quiera hacer el Schumacher y sea prudente al manejar. Él me iba a controlar vía GPS asi que nada de boludeces. En eso me entrega las llaves del camión. Me desea buena suerte y me aclara que la carga tiene que estar lo más temprano posible, más tardar a las ocho de la mañana. Me vuelve a desear suerte y me indica donde esta el camión. Me acerco, verifico que todo esté en su lugar y arranco el motor.



martes, 20 de diciembre de 2011

Recuerdos


Que es que lo que va a pasar
cuando pases ese umbral
y no seas

Yo quedaré vagando en la casa
esperando en la puerta
tu regreso

Miraré con desesperanza
gritaré sin ser escuchado
No basta.

Volveré a mi sombra
a mi escondite
para que no me vean llorar.

martes, 13 de diciembre de 2011

Estados


¿Que será ser agua?
Serán corrientes que se entremezclan o
la presión desatada

¿Qué será ser aire?
Liviano y debil
o ventarrón imparable

¿Qué sera ser fuego?
Calidez y tranquilidad
o furia sin control

¿Qué será ser tierra?
La cuna del nacimiento
o descanso eterno

¿Qué será ser vos?
Ya no lo puedo preguntar
la respuesta sos vos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Pelotas

No seguí con mi relato largo, pero quería dejar algo por acá. Microrrelato que surgió de un cadaver exquisito.



            Pelotas multicolores invadieron las calles una soleada mañana de domingo. Nadie supo como llegaron. Solo rebotaban por las calles, avenidas, carreteras, como si les pertenecieran. No seguían una ruta fija. Solo giraban, metiéndose en ventanas, en patios, en casas. La gente se preguntaba quien tuvo semejante idea ¿Es una campaña publicitaria? ¿Algo para el verano? Varias personas se acercaron a ellas. Tenían una textura rugosa. Eran  muy livianas, como si estuvieran llenas de aire. Mientras tanto, ellas seguían apareciendo, inmiscuyéndose en cada rincón que podían hacerlo. Parecían pelotas llenas de vida, de pasión.
            Los medios se hicieron eco de lo sucedido. Casi todos lo atribuían a una argucia publicitaria, ya que se acercaba el verano y muchas empresas hacían este tipo de movidas. Sin embargo, ninguna empresa admitió nada. Las pelotas continuaban siendo un misterio. Las horas pasaban y ellas no paraban de arribar a la ciudad. Seguían rebotando, Esta vez a un mismo ritmo, a un mismo compás. Continuaron así toda la noche: pum, pum, pum, como tambores que no paraban de retumbar. A la mañana siguiente, las pelotas multicolores pararon de picar. Se detuvieron al mismo tiempo, sin moverse un centímetro. La gente no prestó atención. Siguió con su rutina, comprando, caminando de aquí para allá apurados, con caras de cansados por la nueva semana que comenzaba.
            Las pelotas empezaron a moverse despacio, sin que nadie se diera cuenta. Poco a poco, iban adquieriendo velocidad y fuerza. Comenzaban a rebotar una vez más, todas al unísono. Primero unos pocos centímetros, luego un poco más alto.

martes, 6 de diciembre de 2011

Murmullos



Podría escribir los versos más tristes como Neruda
podría buscar en el anillo respuestas en esas palabras grabadas.
Tener por si acaso, alguna certidumbre
de lo que va a pasar.

Te susurraría miles de palabras
que no escucharías.
Hilvanar miles de frases
que no entenderías.
Buscar en tu idioma
alguna salida

I could try to tell you many fantasies
of green and yellowish valleys
maybe look for a key
that will set me free

I will murmur in your ear what we did
in the web of thousand nets
what we could not do together
in a place, far away, you and me.

Tratar de hacer memoria
de las cosas que he querido decir
que el tiempo borró sin premura
que el olvido no llegó a tocar

I will go through the seas and skies
to figure out an answer I cannot find.
Maybe, one day, in our place
where we can dream, where we can fly.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Seguimos con la historia como todos los jueves.


Me queda el último informe, un accidente en la autopista. Por suerte no murio nadie, solo un herido leve. Lo de escribir noticias amarillistas no es lo mío. Termino la última línea y releo todo por si las moscas, un proofread nunca esta de más. Mando mis artículos por mail al diario y apago la computadora. Sin darme cuenta, ya es de noche. Preparo la cena y veo un poco de tele. Antes de ir a dormir el viaje vuelve, la ruta, vuelve, los caminos vuelven. Sin embargo, me digo que ya tendré tiempo de pensar en eso. Solo cierro los ojos y duermo.

Al día siguiente, los rayos del sol atraviesan los poros de mis cortinas. Es hora de hacerse algo de café y unas tostadas. Al terminar el desayuno pienso en algo: ¿que tal si pongo por escrito lo que pase mientras viajo en el camión? En ese instante la idea de comprarme una tablet se me vino a la cabeza. No me gusta escribir en un cuaderno y escribir a mano. Mi letra siempre fue horrible. “Letra de médico” como me decía mamá. A pesar de que la escritura en manuscrita estimula la creatividad (según dicen) decidí comprar la tablet. Me vestí, me arreglé y salí. No tenía ganas de comprar por Internet, así que fui a una casa de electrodomésticos a comprarla. Me encantan esos lugares. Lo de encantar lo digo con un dejo irónico porque me causa gracia la forma en que todo esta (si se tiene el dinero) al alcance de la mano, ordenado. Como si las soluciones de todos los problemas tuvieran su fin en comprar un LCD en miles de cuotas. La tecnología me encanta, eso sí lo digo sin un atisbo de ironía. Pero de ahí a que solucione la vida

En fin, al entrar al local ya sabía de antemano el modelo que iba a elegir. Que decidiera comprar en ese momento, no quita, que ya hubiera visto en Internet varios modelos. Al ser de lo que se denomina países en desarrollo, siempre elegí muchos aparatos y gadgets chinos. Así fue con mi Family Game, una copia barata de la Nintendo Entertainment System, bastante difundido por estos lares. Por eso, le escapé al I-Pad por su precio y me fui con una tablet de precio más accesible para mi bolsillo. Otra manía que tengo es la de no ir a hablar con ningún vendedor sino para pedir lo que tenía pensado de antemano. Así que cuando llegó un muchacho de unos veintipico de años, le pido el modelo de tablet. Así arrancamos.
            “Sabe que tiene 4Gb expandibles a 32Gb, 1Ghz de procesamiento, 512 megas de RAM, el último androide el sistema de Google, vio, el buscador”.
            “Sí, lo se”
            “También tiene una autonomía de unas cuatro horas y conexión WI FI”.
            “Sí, gracias” ¿Por qué carajo no compré en  Internet? Pienso y trato de poner buena cara.
            “¿Contado o en cuotas?”
            “Contado”
Vamos a la caja y pago. El “muchas gracias por su compra” es pronunciado casi mecánicamente por el empleado y salgo.
            Al volver a casa me siento en la mesa del comedor para ver mi tablet. Con cada chiche tecnológico que compro es un ritual. Como desde chico a mis viejos les costaba comprar estas cosas, siempre estas compras eran como comprar un libro: toda una experiencia. Al abrir mi caja y sentir el olor a nuevo, me siento como un chico abriendo un regalo de navidad. Leo el manual de instrucciones por las dudas y lo pongo a cargar. Ya iba tener tiempo de chusmearla después.




martes, 29 de noviembre de 2011

Hoja


Al caer una hoja, ella es libre.
Libre de escapar, de volver.
Es capaz de viajar miles de kilómetros
hasta caer

Puede flotar en el aire de la mañana
con el sol brillando plácido.
Bajo el cielo abierto sin nubes
ni sombras.

Puede arrastrarse entre la tierra
entre la sorna y la desdicha
buscando eso que la eleve
que la haga sentir viva

Tal vez solo se libera  de su árbol,
desdoblándose en miles de vueltas.
Siguiendo a la gravedad
hasta caer.

martes, 22 de noviembre de 2011

Del otro lado del todo

Si va bien, por ahí posteo algo así todos los martes...

La noche se cierne
entera en mi cuarto,
cuando en la soledad del sueño
tu imagen aparece.
Aparece en luces, en espasmos
hasta hacerse muerte
hasta hacerse vapor
Por otro lado, vos sos mañana,
sos día, sos sol.
Buscando, tal vez, en la rutina
la pálida felicidad de lo cotidiano.
No se que buscás, no se.
Todo es tan diáfano,
todo es tan liviano
Yo me veo en la arena
en el mar, en la tempestad.
En olas con espuma
con el agua en mis pies.
Estoy en otro mundo,
con otras reglas, otras soluciones.
Yo, del otro lado del todo

Espero

jueves, 17 de noviembre de 2011


Al llegar a casa, tenía que terminar esos artículos antes de liberarme por completo del diario. Dos noticias internacionales y una local sobre un accidente en la autopista. Prendí mi laptop y esperé a que cargara el sistema operativo. Al abrir Word, apareció una página como en la que estoy escribiendo en este momento. El trabajo era más fácil que lo que estoy intentando hacer: un título y seguir las pautas que se tienen que seguir al momento de escribir una noticia: seguir un esquema de pirámide invertida, nombrando lo más importante al principio y dejando los detalles para el final. Siempre buscaba fuentes que podía nombrar y no me gustaba usar fuentes anónimas u off the record. Nunca “un político” o “fuentes allegadas”. O nombre y apellido o nada. Debe ser por eso que el jefe de redacción no me quería dejar ir. Siempre de frente. Si no podía hacer eso, no escribía. Dejaba que otro lo hiciera. Otra cosa que siempre hice fue firmar la noticia. Siempre fui responsable de lo que se estaba por leer. Sentía esa necesidad de hacerme cargo de las cosas, de hacerme cargo de cada letra impresa en esa página que el diario publicaba. Empecé a escribir.
            “En el día de ayer, ataques a ciertas zonas de Y dejaron un saldo de cien muertos y algo más de trescientos heridos. Los bombardeos asediaron esa ciudad por espacio de unos veinte minutos. Este ataque fue en respuesta al secuestro de treinta de soldados de Z por party de Y. Los medios locales informaron que, seguramente, habría represalias. No solo el ejército sino insurrectos podían atacar distintas objetivos. Aunque el general del ejército de Z aseguró que todo estaba controlado, sus soldados debían estar en alerta máxima ante cualquier eventualidad. Esta guerra lleva ya unos X años sin ver, a futuro, ninguna resolución del mismo…”. 
            Ah, bendita enumeración de hechos y datos. Escribir para el trabajo no me daba tiempo a pensar en la muerte y el sufrimiento de esas personas. Por ahí estaban alegremente celebrando un cumpleaños, un aniversario de bodas o solamente una apacible cena con familiares, cuando la muerte y el horror se desató. Luego del fuego, solo quedan escombros y sangre. Familias destruidas, gente desolada sin saber que hacer. Que habían perdido todo. Que luego del bombardeo, era nada. Solo una persona perdida en un conflicto armado, que habían perdido a uno o varios seres queridos. Que habían perdido su vida por que estaban muertos o estaban muertos en vida. Pero ya no podía detenerme a pensar en eso. Inmediatamente empecé a escribir el segundo artículo.
            “La nueva cumbre mundial de presidentes situada en la ciudad de F comenzó sin sobresaltos. Los países centrales tratan de solucionar sus crisis ajustando y recortando presupuesto, mientras que los países periféricos, que han dejado de escuchar a los países fuertes y establecen sus políticas a contramano de organismos internacionales y financieros, se mantienen a flote. A veces, hasta aconsejan a sus pares de los países centrales sobre las desavenencias de ciertas políticas tanto económicas como sociales. Sin embargo, mientras que los grandes bancos sigan siendo salvados y no se escuchen las necesidades de los pueblos, se sucederán más crisis como esta…”.
            ¿Qué hago cuando escribo esta clase de reportes? ¿Digo la verdad? ¿O tal vez digo mi verdad? Del otro lado, cuando el lector abre el diario y lee la noticia que  acabo de escribir ¿Dará todo por sentado? Solo espero que el lector no se quede en el molde. Si se queda tieso en su sillón leyendo y asimilando información como una computadora, entonces solamente procesa. Deja de ser un humano ¿Qué sentido tiene informarse cuando se repite? ¿Qué sentido tiene leer cuando uno solo deglute palabras sin analizarlas? No creo que todo lo que esté escrito tenga que ser analizado. A veces uno tiene que leer por el placer de leer. Pero ¿Qué paso cuando nos informamos? Si el lector es un lector hembra, como decía Morelli, como decía Julio, estamos Perdidos.


jueves, 10 de noviembre de 2011


            Era una oficina como cualquier otra. Si se imaginan  una agencia de policía yankee, no necesitarán más detalles. Mi futuro exjefe esta sentado en su mullido sillón. Un poco cabizbajo, con mirada perdida, sin saber que carajo hacía en ese lugar en mi día de franco. Se meció por unos breves segundos como si siguiera el compás que marca el segundero de su reloj de pared, detrás de él, a lo alto. Como el otro que iba a ser mi futuro jefe, también era un señor entrado en años. Un pelo cubierto con canas, frente amplia, con cejas que casi tapan sus ojos marrones. Un pequeño bigote que lo hacía parecer a Charles Chaplin. Una boca pequeña, seguida de una papada enorme. Era una persona que por más que estuviera sentada, parecía que había corrido una maratón de lo mucho que transpiraba. Me hizo tomar asiento y me preguntó el motivo de mi visita.
            “Vengo a presentar mi carta de renuncia”.
            “¿Qué venís a hacer qué?
(Vengo a presentar mi carta de renuncia viejo gagá, ¿O no me escuchás?) Pienso mientras busco una respuesta más amigable.
            “No me siento a gusto, nada más. Voy a terminar de escribir los últimos artículos que tengo que hacer. De eso no se preocupe”.
            “¿A qué te pagan mejor en el diario de enfrente no? ¿Te vendés así nomás?”
            “No, para nada. Es más, todavía no se adonde voy a ir”.
Ya lo tenía todo planeado, pero no tenía ganas de dar explicaciones.
            “Es una minita. Estás caliente con una minita y te vas como si nada. Como decía mi abuelo, tira más que una yunta de bueyes ¿No?”
Les cuento que era uno de sus mejores redactores. No me iba a dejar escapar así nomás.
            “Tampoco es por eso. Solo quiero cambiar de aire, nada más. No es por la plata o mujeres u otra cosa”.
Mi (ahora si) exjefe estaba un poco exaltado. No entiende ninguno de mis motivos. Estuvo mirándome furioso durante algunos minutos, pensando en lo próximo que sus labios iban a pronunciar. Era mi decisión y estaba tomada. Me tenía que dejar ir.
            “Esta bien, esta bien. Sabés que por ser una renuncia no te corresponde un mango, ¿Sabías?
            “Sí”. Eso lo tenía claro desde un principio.
            “Listo, terminá esos artículos y mandamelos por mail. Que tengas suerte”.
Y así fue como terminé mi relación laboral con el diario.

jueves, 3 de noviembre de 2011

I


Así empezó esta historia. Empezó un día en una casa que ya no es mía. Con muebles y cosas que ya no son míos. Con un trabajo aceptable pero muy aburrido. Que me ayudaba a llegar a fin de mes con holgura, pero que ya no me satisfacía. No era rico, pero siempre pude darme algunos gustos. Uno de ellos fue mi biblioteca. Fue de lo único de lo que no pude deshacerme. La deje en casa de mamá, en el cuarto que era mío. Se puede decir que parte de mi historia esta ahí. Kafka, Borges, Cortazar, Carver, Faulkner entre otros, han estimulado y saciado mi deseo de leer. Sin embargo, no me sentía a gusto conmigo mismo. No me sentía gusto con esa vida, mi vida, y a donde me estaba llevando. Ni mis libros, ni mis cosas, ni mi biblioteca podían satisfacerme por completo. Además, ya no tenía novia y por primera vez tenía una chance de salir de algo prefabricado.
            No se como un amigo me contactó con alguien que necesitaba un chofer para manejar un camión. Él sabía que no estaba conforme con mi vida y pensó que esto podía ayudarme. Cuanta razón tenía. Me encontré con el que iba a ser mi jefe en esta nueva aventura unos días después que mi amigo me contó la buena nueva. Era un señor entrado en edad, que sabía del negocio. Llegué a su oficina y lo único que me dijo fue “Pibe ¿Tenés carné de conducir profesional?” Al decir que si me informó que en unos días me iba a llamar para el primer viaje. Como estaba en ese momento a prueba, iba a ser corto, para ver como me desenvolvía manejando. Mi amigo parece que le dio buenas referencias, digo, por lo rápido que me contrató. Mientras esperaba mi primer viaje, fui a donde en ésa época fue mi casa para poner todos mis asuntos en orden. Fue cuando vi por última vez a mi biblioteca, antes de su mudanza.
            ¿Cuántas historias había en ese mueble rectangular de unos dos metros por uno cincuenta? Cuantos personajes, cuanta gente metida en problemas, por azares de un escritor sentado frente a una máquina de escribir, frente a una computadora, frente a una hoja de papel, escribiendo con una lapicera de tinta negra, azul, violácea ¿Qué tiene la escritura que atrapa, que embeleza, que nos lleva a un viaje donde ni siquiera los cinco sentidos que tenemos los seres humanos pueden llegar siquiera a interpretar? Será que como raza en este planeta llamado Tierra queremos dejar algún legado, una huella, algo que indique que estuvimos vivos, que amamos, que odiamos, que soñamos a lo largo de lo que denominamos como vida. Será que tal vez, nos sentimos libres al escribir. Yo me siento libre cuando escribo. Todo esto es un viaje donde me siento en el aire, mi cuerpo y mi mente están volando al mismo tiempo. Al cerrar el cuarto donde alguna vez estuvo mi biblioteca, algo mío queda ahí.
            Luego vuelvo a mi vida. La tele, la computadora, las catástrofes mundiales, la escasez de comida, las reuniones de líderes mundiales. Voy a un escritorio a escribir el telegrama de renuncia, lo primero que tenía que poner en orden ¿Qué hago? Tendré que usar toda la formalidad que aprendí durante muchos años. Lo políticamente correcto inunda mi escritura. Palabras cuidadosamente elegidas, frases armadas para no ofender a nadie. Me molesta hacerlo, pero no tengo otra. Los párrafos condescendientes y vacíos, con palabras de agradecimiento llenan la hoja de mi computadora, o de lo que un día denominé como mí computadora. Lo releo, busco algunos errores gramaticales y de estructura y finalmente lo imprimo. El traqueteo de la impresora se parece a una locomotora andando a toda máquina, atravesando paisajes que recién en este camión pude contemplar cada vez que viajo. Luego de algunos minutos, La renuncia esta lista. Estampo mi firma al final de la hoja y salgo para la empresa donde trabajaba.
            Hago el camino en el tiempo que siempre me tomó llegar al laburo. Saludo a todos y pregunto por mi jefe a su secretaria. Me contesta que está hablando por teléfono, pero que no me hiciera drama, que en unos minutos me iba a atender. Al ser mi día de franco, me pregunto por que estaba ahí. Le dije que después le contaba. Hice unos pocos hasta llegar a una silla. Sentado en ese pequeño asiento a pasos de lo que iba a ser mi futuro ex-jefe empiezo a preguntarme sobre mi viaje ¿Cómo será? ¿Me iré a adaptar a ese estilo de vida? Aclaro que quería cambiar, pero siempre uno tiene miedo de enfrentarse con lo desconocido. Es la ansiedad de verte despedido hacia algo sobre lo que no estás acostumbrado, de lo que uno no siente certeza absoluta, sino que todo lo que hay es incertidumbre ¿Qué será de los lugares, de la gente que voy a encontrar en mi viaje? ¿Pensarán igual que yo, veremos las cosas de diferente manera? ¿Qué pensara un chacarero sobre la última crisis internacional, qué pensara un maestro rural sobre su trabajo? ¿Cómo es vivir en otra ciudad? ¿Hay otras palabras para hablar sobre el amor, sobre el entendimiento, sobre si Messi debe jugar en la selección o no? ¿Qué significará tener trabajo en ese lugar? ¿Qué será ser feliz en ese lugar? Tal vez encontraré un amor o varios, viviré aventuras o solo viajaré como un autómata a través de rutas, de carreteras, de calles y avenidas. ¿Qué sentiré al arrancar el camión y salir a la ruta, al viaje, a lo desconocido? La realidad me llama. Me hacen pasar a despacho de mi jefe.

jueves, 27 de octubre de 2011

Me gusta contar historias


Era de mañana. El sol mostraba sus primeras facetas de gigante enceguecedor. Me desperté dentro de la cabina de mi camión. Fui a la parte de atrás para prepararme el desayuno. Un humilde café con leche y unas galletitas dulces que había comprado en un pueblo horas atrás. Tanto el aroma como el azúcar del café y las galletitas me levantaron el ánimo. Volví al asiento del conductor, mirando desde la vera de la ruta el paisaje, mientras tomaba el café hecho hace pocos instantes. La llanura se extendía hasta donde podía ver. Los campos se hundían y reflotaban como las olas del mar. Pensaba en la elección que había hecho de ser camionero. Me había aburrido la vida de ciudad, siempre de un mismo lado a otro. Siempre repitiendo, siempre aceptando. Le di un vuelco de 360º a mi vida y decidí abandonar esa forma de vivir por algo más libre, más emancipador. Esa oportunidad me la dio el camión que estoy manejando en este momento. Es tener la oportunidad de elegir adonde quiero ir. A veces, si no hay mucho trabajo, tengo que entrar en una empresa y seguir un camino establecido. Pero cada vez que puedo, como sucede en este momento, me gusta trabajar por mi propia cuenta. Eligiendo hacia adonde quiero ir. Cuan lejos quiero ir.
            Enfrente de mí el tablero con algo de la parafernalia de un camión del siglo veintiuno. En el medio un GPS para no perderme, como me sucedía años atrás, en algunas rutas que considero peligrosas o al menos, engañosas. En el asiento de acompañante tengo un par de libros para no aburrirme y una pequeña tablet que tengo para no tener que cargar la biblioteca entera de mi casa. Pequeño gusto que me dí al terminar un viaje a una ciudad ya lejana en mi recuerdo Me doy cuenta que estoy rodeado de indicaciones, de letreros, de señales. Cada uno de ellos con letras, números, símbolos. No puedo escapar de ese mundo del que a veces formo parte y a veces me excluyo. Una relación amor-odio de nunca acabar. Pude escapar de la rutina, de las calles llenas de  gente, de las luces, los carteles y los shoppings, pero nunca de esos símbolos. Creo igual, son las palabras las que terminan por atraparme.
            Este escape rutinario que hago todos los días a esta hora de la mañana, van a ser productivos algún día. Creo que en cualquier momento me va a  agarrar la locura y empiezo a escribir sobre cualquier cosa. No importa la historia. Si es simple, es triste, alegre o aburrida, solamente quiero contar una historia. Quiero contar lo que pasa, lo que me pasa. Lo que vivo y experimento en este asiento de conductor de un camión. Él que me permite pensar, reflexionar sobre lo que hago o dejo de hacer o, en este caso, escribir. Tengo que agarrar mi tablet, aprovechar el hecho que le compre un teclado, engancharlo en el puerto USB y narrar. O como me gusta decir a mí, contar historias. Ya fue. Antes de arrancar el camión voy hasta el asiento del acompañante y prendo mi tablet. Espero un poco hasta que inicie y conecto el teclado en el USB. Un doble golpeteo con mi dedo índice a la pantalla  al procesador de textos de mi moderna mini-computadora, y aparece una hoja digital, pero hoja al fin, en blanco.
            Mi mente está como esa hoja. Dejo pasar unos minutos para concentrarme y decidir como abrir esta historia. Como darle un puntapié inicial. ¿Qué hago? ¿Uso los clichés de siempre, arranco con un personaje o describo el paisaje? ¿Dejo que el personaje domine al paisaje o que el paisaje domine al personaje y los sitúe en un lugar determinado? Tal vez puedo ser simple y hacer como en los cuentos de antaño: un “Había una vez” o “En un pueblo alejado”. También puedo inventar un universo, puedo ser el Dios de mis personajes, hacer y deshacerlos sin ningún miramiento. Puedo dejarlos que me muestren lo que quiero contar, descubrirlo poco a poco. Sino imaginarme que abro una puerta hacia Dios, o sea, yo mismo, sabe donde. Ahí es donde me encontraría poco a poco a mis personajes, mis paisajes, las historias que yo quiero contar, tal vez en forma de cuento, de microrrelato, de novela. Soy Dios en mi historia ¿no? Puedo tomar todo esto junto y hacer una ensalada de relatos, de experiencias, de historias. Hasta puedo repetir miles de veces una frase como all work and no play makes Jack a dull boy como el personaje de El Resplandor. Puede alguien estar escribiéndome y no darme cuenta. Alguien que ya me pensó y  me esta haciendo letra por letra, palabra por palabra, párrafo a párrafo y ni siquiera me daría cuenta.
            Puedo arrancar con alguna cita de algún escritor más famoso que yo, para darme aires de gran lector y de alguna manera recomendar algo a mis futuros lectores para que lean lo que leí. Para que vean porque elegí esa cita. Poner una poesía acaso, para mostrar algún lado sentimentalista o no. Sinceramente, puedo hacer cualquier cosa. Todo está inventado, todo está escrito ¿Qué importa? La página digital de mi tablet me está esperando. Esperando que yo la llene con muchas letras, palabras y párrafos. Con miles de cuentos, de historias, de relatos. De poesías o poemas. Con personajes y paisajes, con héroes o villanos. Con personas que les pasa algo y que yo desde mi puesto de Gran Dios de la historia puedo desentramar. Puedo empezar la historia y desarrollarla de todas esas formas que he dicho. Y más. Mucho más
            O tal vez puedo arrancar diciendo: Así comenzó este viaje.

jueves, 20 de octubre de 2011

El puente y el trén


Me abuelo me contaba de chico, sobre la llegada del tren a su pueblo. El vivía en un pequeño pueblo de Santa Fe, lindante con Santiago del Estero. Era un típico pueblo argentino en los años cuarenta: había una comisaría, la intendencia, la iglesia y la plaza en el medio. Como casi todo pueblo, la única emoción, el momento donde la gente se reunía en una especie de celebración era la llegada del tren. Él me decía que se quedaba en una especie de puente mientras miraba a la gente que bajaba, a los que charlaban animadamente en primera, en esos vagones-comedor. La gente del pueblo los saludaba, preguntándose tal vez como sería esa vida, que se sentiría ir en primera clase.
             Se quedó mirando un buen rato el ese vagón, viendo como comían, que hacían, adivinando de que hablaban. Los miraba como si fueran de otro mundo, de otro planeta, de otro universo. Comían cosas que no se parecían a la sopa que hacía su mamá a la hora del almuerzo, hora a la que si o si tenía que estar en la mesa porque su papá sino no lo dejaba comer. Vestían de manera elegante, a la alta escuela. Con trajes los señores, con vestidos de seda las señoras. Él Pensaba tal vez que hablaban de cosas importantes, de tratados de comercio, de novelas de grandes autores. Aunque también podían hablar de cómo había terminado el último partido de Boca o sobre los fantásticos goles de Arsenio Erico en Independiente.
            Pero mi abuelo siempre recordaba algo que al día de hoy no le encontró explicación alguna. Mientras miraba a esa gran ventana del vagón de primera, noto entre toda esa gente a un chico. Misma altura que él, ojos marrones como los de él, misma cara, misma complexión, mismo todo. Se sobresaltó. Trató de acercarse más a la ventana para ver si era verdad o estaba en alguna clase de sueño. Bajo del puente para comprobarlo. Efectivamente, el chico que estaba en ese vagón era, de alguna manera, un reflejo, un espejo, un calco. Se frotó los ojos, anonadado por lo que estaba sucediendo. Ninguna escuela, ni la primaria, ni la secundaria, ni siquiera lo que se puede aprender en la calle lo había preparado para experimentar ese suceso. Pasmado frente a ese pedazo del tren, vio como ese chico se paraba y se acercaba a la ventana.
            Quedaron casi frente a frente. Las miradas se cruzaron y estancaron en esos breves minutos, que parecieron según cuenta mi abuelo, la eternidad en su máximo esplendor. Mientras tanto, la gente pasaba entre ellos deseando buen viaje, despidiéndose de familiares o amigos. La locomotora hizo sonar su bocina. Empezó a acelerar. Mi abuelo, estático en ese andén de la estación de su pueblo, no apartó la vista de su otro yo. Ese ser se quedó en esa ventana, viéndolo incansablemente, taciturnamente. Mi abuelo siempre termina su historia diciendo que fijó sus ojos en él todo el tiempo.  Hasta que lo perdió de vista.

jueves, 13 de octubre de 2011

Plaza


Cuando era chico, me llevaban a jugar a la plaza España, frontera de Constitución y Barracas, en Buenos Aires. Es bastante grande. De forma irregular, con una estatua de algún  prócer (creo que es San Martín o Belgrano, tenía cuatro años en ese entonces) y en el medio unas hamacas, sube y bajas y un tobogán. Pero lo que más me gustaba hacer en ese lugar, era llevar mi bici y andar a toda velocidad por una de las cuadras, que parecía una recta de carreras. Era todo un ritual llegar hasta ese lugar. Yo vivía en un departamento en la calle Salta, a unos pasos de la avenida Caseros. Era de dos ambientes con cocina, living, baño y un dormitorio. Siendo de chico un poco hiperactivo y con pie plano, mi mama me llevaba a la plaza, para que no molestara a las señoras grandes que vivían debajo con el sonido de mis zapatos que supuestamente corregían mis problemáticos pies. Me ponía unas zapatillas, y salía rápidamente por una escalera de mármol rojo hasta la calle. Caminaba hasta mitad de cuadra, cruzando la calle con mi mamá de la mano. En la esquina de la plaza, mi mamá me dejaba subir a mi bicicleta.
            Era muy chiquita, justa para un nene de cuatro años como yo. Me acuerdo del manubrio con unos plásticos color verde en los extremos, que tenían el contorno de posibles dedos. En el medio, una cobertura de poliestireno cubierto con otro plástico, para evitar un posible golpe en algún posible accidente. Luego venía el asiento de color negro y entre el cuadro blanco, una rueda delantera y  trasera, con estrellas pegadas en una tapa blanca en vez de los típicos rayos y dos rueditas de apoyo. Cuando mis pies quedaban en los pedales, también verdes, arrancaba de manera desaforada para mis cuatro años de edad de una esquina a otra de esa recta de la plaza España. Recta de un color negro, creo yo por ser de asfalto o de algún material parecido. Lo que me hacia andar como un loco era que del lado de la plaza, había unas protuberancias que usaba para saltar. Nunca atinaba a doblar en las esquinas, siempre mi momento Schumacher era en esa cuadra recta.
            En una de esas carreras, alcancé a ver a una mujer sentada en un banco. Parecía una mujer joven, bah a esa edad los adultos o son muy viejos o muy jóvenes. Era rubia, con ojos celestes y flaca, muy flaca. Se veía nerviosa, apurada. Yo solo iba y venia por esa cuadra, teniendo cuidado de no irme mas allá de la esquina. Mi mamá me había prohibido hablar con extraños, por eso yo solo la observaba mientras andaba en mi bicicleta. A veces me detenía, cansado, y me quedaba mirándola. Tenía un aire familiar, como si ya la hubiera visto. Miraba a la nada, pensando en Dios sabe que cosa. Yo seguía pedaleando ida y vuelta, tratando de no irme mas allá de la esquina. Me subía a esos montoncitos de cemento e iba lo más rápido que mis pequeñas piernas podían dar. En todo eso la tarde se había hecho tarde-noche. Mi mamá ya me había dado el ultimátum para irnos a casa. La mujer seguía ahí sentada en un banco de la plaza España. En una de las últimas vueltas que daba, se para, me mira y me dice “Tengo que ir a buscar a mi hijo. Es casi de tu edad”. Después de decir esas palabras, se alejó.
            Traté de no irme mas allá de la esquina, pero no pude. Traté de no mirar, pero no pude. Todas las imágenes se agolpan en mi cabeza todavía hoy: al irme mas allá de la esquina, escuche a mi mamá gritando mi nombre y luego sus pasos frenéticos en dirección hacia mí. Primero veo un auto negro, chocado en la parte de adelante. Luego un auto color gris, chocado en uno de sus costados. Veo vidrios, veo un montón de líquido bordó, veo un cuerpo. Mi mamá mientas grita, atina a taparme los ojos y a agarrar la bicicleta, mientras yo le decía que esa era la señora que había visto al andar en bicicleta, sentada en un banco de la cuadra recta de la plaza España, frontera de Barracas y Constitución allá, en Buenos Aires.
***
¿Será que me acordaba de ella, quizás porque me buscaba a mí?

jueves, 6 de octubre de 2011

Guerra


Son of a bitch! I’m so glad you’re leaving! She began to cry.
You can’t even look me in the face, can you?
Raymond Carver, Popular Mechanics



            “¡La tarjeta de crédito amor! ¿Me ves cara de Rockefeller?” Le reprochó Gabriel a Ana al llegar del trabajo. “Sabés que dentro de poco hay que pagar la hipoteca del departamento”. A Ana no se le movía un pelo. Poco le importaba su marido; hacía rato que ella dejo de considerarlo eso. Apenas era un acompañante, alguien con quien discutir un rato para evitar el aburrimiento de la rutina. Tal vez era un aviso, uno que tendría que avivar a Gabriel un poco. Tenía que ser una advertencia de que ella no lo soportaba. “Bueno Gabi tenía que pagar los materiales y el decodificador al técnico del cable ¿O no te gusta ver tus porno en HD?” Le retrucó Ana. “Ah bueno, ahora soy depravado sexual, ¿no?”  Contesto Gabriel alzando un poco la voz. “No, no es eso” alcanzó a decir ella “¿Y qué es entonces Ana? Decímelo por favor, no vamos a andar discutiendo por pavadas”.
            El pequeño living del departamento se fue transformando poco a poco en un campo de batalla. Cada uno fue cavando trincheras, preparando los nidos de ametralladoras, dándoles órdenes a los soldados para moverse. Apostados cada uno desde un vantage point, se miraban decididos a atacar. “Ah! ¿O sea qué tus ganas de ver porno en vez de coger conmigo son pavadas? ¿¡Es eso lo que querés decir Gabriel!? Ana disparó el primer cañón de artillería derecho hacia la masculinidad de él. “¿Qué?” Solo atinó a decir Gabriel, estupefacto por la contundencia de lo que su esposa le acababa de decir. Los soldados de Ana iban avanzando decididamente hacia las trincheras de Gabriel. Sus soldados trataban de responder el fuego, inútilmente.
            “Sabés una cosa, me cansé de esta vida. Me canse de que me critiques mi trabajo, mis gastos, tu mierda de tarjeta de crédito. No soporto tus quejas, tus caprichos y tu porno en HD. No TE soporto Gabriel. Ya no más. No me importa adonde tengo que ir, no me importa que va a pasar, te quiero fuera de mi vida”. Ana sacó a relucir su artillería pesada, junto con ataques aéreos que debilitaban más y más las defensas de Gabriel. Él trataba de escudarse, con un “vamos a calmarlos” o “vamos a pensar mejor, que estas diciendo, tranquilizate”. Pero, Ana no quería tranquilizarse, no quería tratado de paz. Quería Rendición incondicional, la capitulación del enemigo, porque su esposo se había transformado en eso, un enemigo.
            La avanzada final sobre las tropas de Gabriel fue maravillosa, Sun Tzu hubiera estado encantado. Primero, otro ataque aéreo más para terminar con las pocas fortificaciones   que tenía su esposo. Luego la artillería retumbó a más no poder por todo el living. Finalmente, la infantería avanzó hasta sofocar los últimos intentos de repeler el ataque. Mientras avanzaban por las trincheras, los soldados de Gabriel emprendían la retirada. Éxito absoluto, la batalla estaba ganada. Ana solo atinó a sonreír. Fue hasta su dormitorio, agarró un pequeño bolso, puso toda la ropa que pudo entrar en él y fue hasta el living. Estaba devastado. Muertos y pedazos de metal por todo el lugar. Su próximamente ex marido, sentado en una mesa, con su firma en un papel aceptando la rendición incondicional. Ana lo miro extrañada, como si se tratara de otro hombre. Pero era él mismo nada mas que, ahora, había mostrado una cara que ella no conocía. “Chau, en unos días mi abogado va a hablar con el tuyo” le contestó mientras cerró de un portazo la puerta y Gabriel, con el living devastado, con las armas destruidas, con sus soldados y los de ella desperdigados por todos lados, se puso a contar las bajas, enterrarlos, y llamar a su abogado.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Bosque



(...)"El agua fría los mata, es triste el agua fría".
Julio Cortázar, Rayuela

        
            En un bosque se escondía una casa. En una casa, pegada a un pequeño lago, se escondía él. Alguien que dejó todo por la tranquilidad del bosque. Que dejó la vida citadina por un poco de naturaleza. La vida era simple en ese lugar. Bien temprano, salía a cazar. Los pinos con su aroma a resina lo saludaban. Luego de unas horas volvía con una presa. Luego al mediodía, casi siempre un baño en el lago. Lo rejuvenecía un poco, lo despabilaba. La tarde la pasaba leyendo unos libros que se había traído de su vida anterior. Era por lo único que era capaz de volver. Esta vez pidió por tiempo indeterminado  bastantes libros; los suficientes para leer un por un largo rato sin volver a ese lugar lleno de cemento. Al caer la noche, hacía una fogata afuera de su casa y contemplaba el lago por un largo tiempo. Volvía a su casa, tomaba un té de hierbas que él cultivaba y se iba a dormir.



“¿Qué hacés ahí? ¿Por qué  no volvés conmigo? Te estoy esperando en el lugar de siempre. Hace frío por acá. Tal vez si venís conmigo no me voy a sentir tan sola. Pero necesito que vengas, que estés acá al lado mío. No voy a parar hasta conseguirlo. Voy a perseguirte todos los días de tu vida. Me vas a encontrar acá y mientras estés cazando o leyendo. Sabés que te observo cada vez que mirás hacia acá todas las noches. Dale, despertate”.


            Abrió los ojos, sintiéndose un poco exaltado. Eso lo venía persiguiendo por varios meses. O años, ya no tenía idea desde ella lo perseguía. Sabía el porque. Pero no le hacía caso. Se vistió y fue a cazar. Volvió a su casa preparó el desayuno pero después de lo que había soñado, todavía estaba perturbado. Trató de leer algo, pero el sueño volvía, diciéndole lo que tenía que hacer. Por ahí, había que terminar lo que él empezó a denominar como farsa, como mentira, como historia a medio terminar. Tenía que decidirse. Trató de dormir un rato.

Hoooola. Sabés que ya no podés dormir. Que yo voy a estar acá esperándote. Dale ¿Por qué no venís? Ya te dije que me siento sola en este lugar ¿Viste que ya no podés leer, que ya no podés concentrarte? Vas a llegar a un punto donde no vas a saber que es lo real de lo imaginario. Te necesito. Ya no puedo más. Sabés que lo que hiciste estuvo mal. Pero te perdono. Te quiero. Dale, despertate”.


            Se despertó entrada la noche. Hizo un poco de fuego y se puso a contemplar el lago una noche más. Ella lo estaba perdonando. Tal vez era la manera de redimirse, una especie de expiación por lo que había hecho. Decidió que era hora de hacerle caso. Agarro varias brasas de la fogata y la llevo a la cabaña. Dejó que el fuego hiciera arder las paredes, la biblioteca, los libros, los muebles. Que el fuego consumiera todo eso. Antes que el humo lo sofocara, Salió. Vio como su cabaña se transformaba en cenizas. Él solo se fue acercando al lago. Despacio. Paso a paso. Y se dejó llevar.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Suprimir

Experimento dadaísta en el taller donde escribo. Título de diario original: Murdoch apretó la tecla "suprimir" Corté las letras y se armó la siguiente frase: "suprimir" apretó Murdoch tecla la.


“Suprimir” apretó Murdoch, tecla que la hizo desaparecer a Julia de la faz de la tierra. Se sentía Dios al hacer eso: podía destruir una vida en un par de segundos. Luego pensó en otra persona para desaparecer. Pensó en su jefe. Sí, ése va a tener que caer. Ese idiota que me jode día y noche en el trabajo. Sí, así no jode nunca más a nadie. Pensó por un segundo y deletreó minuciosamente el nombre de su víctima. Sin miramiento, vio de desde la pantalla de su computadora, cómo ese hombre se esfumaba. Estaba entusiasmado. Pensó en cada una de las personas que iba a destruir y las escribió en un archivo de Word. Pensó hacerlo en ese mismo instante, pero esperó al otro día para dar el golpe.
            Al otro día en el trabajo, todos sus compañeros estaban preocupados por la desaparición del jefe. No sabían que había pasado. La policía estaba empezando a buscar por todos lados, pero todavía no habían dado con él. Murdoch se regocijó por dentro. Nunca lo iban a encontrar, por más que los buscaran por cielo y tierra.  Podían buscar por toda la Vía Láctea y no lo iban a encontrar. Nunca. Murdoch quería estar en su casa, para continuar su vendetta contra todas esas personas que odiaba. Pensaba y repensaba en su próxima víctima ¿Sería el portero del edificio donde vivía? ¿Sería el vecino de al lado, que no lo dejaba dormir los sábados? Volvió a su casa pensando en todo eso.
            Preparó café y tostadas e inició su computadora. Mientras arrancaba el sistema operativo, bebía de a sorbos su café. Al aparecer su escritorio, no dudó en hacer doble click en Word. Ahí estaba su lista de víctimas. Solo tenía que apretar suprimir y listo. Ya no estarían más. Abrió el archivo y lo fue leyendo despacio, deletreando cada vocal y consonante de esos nombres. Nombres que al fin y al cabo eran personas. Pero a él eso ya no le importaba. Eran una molestia que debía ser eliminada.
            Primero fue con una compañera de trabajo. Todos los días le pedía algo y nunca se lo devolvía: una lapicera, un café, algo de plata. Suprimir. Después un ex amigo del colegio, que le robó a su novia de la secundaria. Suprimir. La lista se hacía cada vez mas corta. Suprimir. Suprimir. Suprimir. A veces apretaba la tecla con bronca, como un mercenario disparando a mansalva con su ametralladora. Otras veces lo hacía con delicadeza, como si disparara con un rifle francotirador desde cientos de metros de distancia. Ya no importaba nada. Había que suprimir.
            Se le fue la noche suprimiendo gente. Ya solo quedaban dos o tres personas. Se tomó un breve descanso. Preparó más café y lo tomó de un sorbo, como un shot de tequila. Al sentarse de nuevo en la computadora, se sintió desganado, cansado, como si se evaporara ¿No sería que…? No. Imposible. Solo él podía suprimir. Se sintió en el aire, como si eferveciera, como si fuera la solución del té Vick. Fueron desapareciendo sus piernas, sus brazos, su torso, su cabeza. Alguien, desde otro lugar apretó la tecla suprimir.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Puertas


            Tenía enfrente tres puertas. No sabía que hacer. En cada una de ellas decía: vos, yo y nosotros. Abrió la que decía vos y se vió a sí mismo en un espejo. Sin embargo, el reflejo no le respondía. Levantó una mano y su otro yo en el espejo no se inmutaba. Hablaba, pero su alter ego en el otro lado estaba callado. Finalmente le pregunta ¿quién sós? Soy lo que vos querés que sea. Puedo ser un gran sabio, un gran maestro, un gran rufián. Todo eso esta acá, tocándose la cabeza con su dedo índice. Vos me convertís, vos me transformás. Me podes crear o destruir. Eso depende de vos. Dentro de este espejo, soy un reflejo de lo que construiste. Al terminar su discurso, desapareció.
           
Al salir, se dirigió a la puerta que decía yo. Entró y vio una sala de cine con un solo asiento. Se sentó y al instante un proyector empezó a transmitir imágenes en primera persona de vivencias que tuvo a lo largo de su vida. La escuela, la niñez, la adultez, el amor, el desengaño y el paso del tiempo. De su tiempo. Notaba que al pasar la película, él se transformaba en ese niño, en ese adolescente, en ese adulto que miraba en la pantalla. Al llegar al final, el cine y toda la parafernalia de esa sala desapareció. Decidió salir y enfrentarse a la última puerta: nosotros.
           
En ella encontró dos sillas en medio de una bombita de luz. Se sentó y entre la oscuridad salió su otro yo. Le dijo que era tiempo que ellos dos se unan, porque era hora de irse. Le pregunta a donde tenían que ir. Le contestó en sí no sabía muy bien. Demasiadas historias contadas por demasiadas religiones daban cuenta de ese lugar. El tema era que ninguno se podía ir sin el otro. Los dos tenían que estar unidos para cruzar la puerta final. Puerta que iba a aparecer si en ese momento decidía irse. Le objetó esa decisión, pero su otro yo le dijo que no había vuelta atrás. Se iba a quedar ahí hasta que decidiera dar el paso. Sabiendo que tarde o temprano tenía que moverse, aceptó. Al salir, apareció una cuarta puerta. No decía nada. Solamente había que entrar. Abrió la puerta y los dos cruzaron el umbral.

***
            En la sala de terapia intensiva, el paciente de la habitación doscientos tres alertó a los médicos, ya que el aparato que medía sus pulsaciones se habían detenido en un aletargado y agudo sonido. Lo intentaron reanimar, pero fue en vano. Ya no se podía hacer nada más por él. Acordaron el horario de la muerte y se lo informaron a la familia. Taparon al cadáver y se lo llevaron. Luego, apagaron la luz y cerraron la puerta de la habitación.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Despedida


            Este nuevo amanecer

mientras se vuela el presente,

me trajo todo el ayer

tu retrato entre la gente

Amor Ausente F. Toro

            Yo No tenía idea que, al subir al colectivo, sería la última vez que te iba a ver. No, no a tú hermana. A vos. No tenía el mínimo atisbo de que, cuando miraba el mar en medio de la noche, la suerte ya estaba echada. Que cuando bajara del colectivo, no iba a tomar (al día de hoy) esa línea de nuevo. Simplemente me hiciste desaparecer. Simplemente decidiste desaparecer de mi vida. Le diste un desenlace a lo que vivimos, cuando todavía creía (iluso yo) que estábamos en el nudo. Cuando quise reaccionar, ya era tarde. Todo estaba dicho.
            Digo lo que digo porque hace rato que venía pensando en que me había equivocado de persona. En que sentía que tenía una conexión mucho más fuerte con vos que con tu hermana. Creo que por (estúpidos) prejuicios no quise dar un paso más. (Lamentablemente) Ahora que lo pienso, no tendría que haberme sentido así. No tenía que haber dejado que esos prejuicios ganaran. Tendría que haberte dicho que me acompañaras a casa esa madrugada, para que yo pudiera subir ese escalón de mi casa, quedar a tu misma altura y darte un beso. Y pedirte que te quedaras hasta que el sol saliera.
            Pero no. Cometí errores. Errores tontos, pero errores al fin. Algo que tendría que haber callado. Algo que nunca tendría que haber mencionado. Especulaciones, entredichos, todo lo que vivimos se terminó por eso. Por chismes berretas que no venían al caso. Pero Los errores se pagan. Y caro. Muy caro. Tan caro me costaron, que ya no puedo verte. Ya no puedo tocarte. Ya no puedo sentirte.
            Te cuento que me costó acostumbrarme a todo esto. A saber que estás tan cerca, y tan lejos a la misma vez. A tener que olvidarte y dar vuelta la página. A evitar canciones, bandas, solo porque me recuerdan a vos. Porque me recuerdan a las mañanas cuando te veía. A las noches cuando hablábamos por horas interminables. Cuando nos reíamos. Cuando nos mirábamos. Los primeros días fueron muy difíciles. Es ahí cuando las obligaciones ayudan a no pensar. Pero las noches eran complicadas. Muy complicadas.
            El tiempo ayuda a evadir, pero no a olvidar. Ayuda a evadir los momentos feos para recordar los felices. Para recordarme del día que tu hermana puso cara cuando no me gustó lo que había preparado para comer (¡encima había estado toda la tarde-noche para hacer esa comida! (¡maldita salsa!)), cuando fui un recital porque iba ella, en fin, esa clase de recuerdos. No el recuerdo de los mensajes y las llamadas inútiles, cuando mi error no tenía posibilidad de poder ser enmendado. De pensar que no te andaba el celular, hasta darme cuenta de la realidad.
            Decidí a escribir esto porque te me viniste de repente en medio de la noche, mientras terminaba de ver una película. Llegaste como un pensamiento que decidió anidar en mi mente por lo que restaba de la noche. Rondaste por toda ella metiéndote en lugares que pensaba estaban cerrados. Con llave y candado. Con códigos de seguridad e identificación de huellas dactilares. Sin embargo rompiste con todo eso. Pensé en hacer esto como último recurso, para ver si te puedo dejar atrás.
            Ya es hora de que vaya concluyendo, porque creo que ya dije todo lo que tenía para decirte. Ojala pudiera encontrarte de vuelta para decirte todo esto cara a cara. Lamentablemente, cuanto más quiero encontrarte, parece que vos te empecinas en alejarte mas y mas. A pesar de la cercanía, de saber la línea de colectivo, de estar a dos pesos con diez lejos de vos, no puedo. Farewell. Que tengas una buena vida

jueves, 1 de septiembre de 2011

Él


Me enteré una calurosa mañana, que mi hermano había fallecido en un accidente. La policía me dijo que murió mientras manejaba por la autopista y que estaba en la morgue. Me pidieron amablemente que identificara el cuerpo. Les pregunté como me encontraron, me contestan que él tenía su documento y los papeles del auto e hicieron las averiguaciones para dar conmigo. Les agradecí y dije que iba a ir inmediatamente para allá. Apenas me arreglé un poco, ni siquiera alcancé a maquillarme. Salí de casa y fui a tomar el tren para ir la morgue.

Cuando Llegué a la estación, todavía estaba intentando comprender lo que me habían dicho. Esa personita que conocía desde que tengo memoria había dejado de existir. Ese que a veces me hacía dejar de jugar a las muñecas para correr detrás de una pelota, que me ayudó a elegir mi carrera, que la alegría lo inundó cuando se enteró que estaba embarazada y que iba a ser tío, no estabas mas. En la boletería pido un boleta de ida solamente. Luego me siento en un banco del andén a esperar el tren. Quince minutos después, la bocina indica que llegó.

Trato de esquivar a la gente que sale del tren. Cuando consigo entrar, me siento frente a una señora rubia, de ojos verdes, con anteojos, que mira un poco extrañada. Ya lo sé. Parece que recien salgo (o entro) de alguna película de terror. Una película demasiado real. El tren arranca y miro a la ventana y las casas y casuchas que veo se funden a mucha velocidad, mientras trato de evadir y evadirme.
No me doy cuenta, pero creo que estoy murmurando. Lo estoy nombrando, a ver si por alguna casualidad me vuelven a llamar y decirme que se equivocaron, que mi hermano solo esta herido, que todo estaba bien. Sin embargo, la llamada no sucede. No, no va a suceder eso jamás. Mientras pienso en todo eso, lloro. Otra cosa de la que no me doy cuenta.

La señora enfrente mío baja, y a mí me que quedan dos paradas mas. Se que ya queda poco tiempo para que vea a mi hermano. O lo que queda de él. Ya poco importa. Trato de arreglarme un poco, de componerme un poco. Ahora ya falta una sola parada. Solo diez minutos mas de trayecto y todo (creo) habrá terminado.

El tren aminora la marcha, hace sonar la bocina y el traqueteo se hace mas pausado. Como cuando un corazón cansado decide que ya es hora y deja de latir. Me levanto y voy hasta la puerta. Solo yo bajo en esta parada. El tren finalmente para. Cruzo el umbral y ni bien hago unos pocos pasos lo veo. Me mira, sonríe y saluda. No alcanzo a hacer nada, por que no esta mas. La gente pasa. El tiempo  también. Y yo solo voy a identificar el cadáver de mi hermano.

jueves, 25 de agosto de 2011

Viaje

La tierra giró para acercarnos
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del simposio
Eugenio Montejo
Te voy a ver. Al fin te voy a ver. Junté el dinero, tramité la visa, compré los pasajes y miles de otras cosas que en este momento no se me vienen a la cabeza. Eso ya no importa. Lo que importa es que te voy a ver ¿Te acordás cuando fantaseábamos sobre esto? Cuando ibas a venir, cuando iba a ir. Días, meses, semanas, años lo hemos hecho. Por fín, luego de muchos esfuerzos voy a ir.
Camino unos pocos metros hacia el auto. Un vecino me alcanza hasta el aeropuerto. Veo como los grandes edificios se transforman en pequeñas casas, y esas pequeñas casas se transforman en planicies verdes, amarillas, anaranjadas. Todo ese paisaje cambiará (o no) en esas horas interminables que el avión va a tardar hasta llevarme a tu lugar. Trato de focalizarme en las recomendaciones que te hacen cuando vas a llegar a cualquier aeropuerto: cuidado con las valijas, guarda que le meten droga. Envolvé la valija en film para que te no te roben nada ¡NO PONGAS LA COMPUTADORA EN LA VALIJA QUE TE LA CHOREAN! Todo eso que dicen los familiares y amigos, que solo buscan protegerte. Pero no logro concentrarme en eso.
En cambio pienso en vos. Pienso en todo lo que vivimos, a pesar de la semejante distancia entre nosotros. Te imagino con la misma sonrisa, la misma mirada, la misma voz. Supongo que me vas a mirar y te vas a reír, con esa risita nerviosa que tanto me gusta cuando te veo en Skype. Noches soñando con eso, sobre eso. Días evadiendo pensamientos para evitar pensar. Para no pensar. Sin embargo el sentimiento muchas veces le ganaba a la razón y volvías y aparecías en mi mente como en una foto borrosa, pero donde claramente te distinguías.
Luego de muchas horas, llego al aeropuerto. La gente apurada, pasa como en un abrir y cerrar de ojos. Me dirijo a la mesa de entradas y pregunto en que lugar esta la empresa de viajes que me va a llevar hasta vos. Me lo indican y con pasos un poco rápidos me dirijo hasta ahí. Una chica me atiende, me saluda y me pide los datos. Se los doy y me aclara por donde embarco y a que hora sale el avión. Por suerte llego con unas horas de anticipación, dado que el tramiterío en un aeropuerto puede llevar tiempo. Mucho tiempo. Demasiado tiempo.
Sin embargo parece que la gente del aeropuerto esta en su día. Un trayecto que (según me contaron) tardaba tres horas, solo tardó una. Contento, me siento en una de las salas de espera, cerca de mi plataforma de embarque. Luego de una media hora, una locutora con una voz símil radio, símil computadora, me informa que tengo que tengo que ir yendo hacia el avión. Nervioso, me dirijo hasta ese lugar, Me piden el boleto y me dirijo hacia una manga como si fuera que estuviera a punto de salir a la cancha a jugar. Pero no veo el pasto y la gente alentando sino dos pasillos y una fila infinita de asientos. Sí. Compre el ticket en clase turista.
Consigo mi lugar y por suerte no tengo cerca mío ningún nene que pueda llegar a molestarme. El viaje iba a ser muy largo para que tuviera de acompañante a esa opción. Minutos después el avión despega y la tierra se hace grande. Y luego se hace mar.
Quiero leer y no puedo. Quiero escuchar música y no puedo. Quiero ver la película que pasa la tripulación y no puedo. Vos sos un todo que engloba cada uno de mis pensamientos. Consigo dormir un poco y en sueños te me aparecés. Pero ya no como una foto medio borrosa como antes. Ahora estás nítida, clara, brillante. Estás como siempre te imagine.
Lamentable o afortunadamente me despierto. Acaban de avisar que en unos momentos estamos por aterrizar, que abróchense los cinturones, que nada de ir al baño, todos quietitos en sus asientos. De estar entredormido pasé a estar alerta en dos minutos. Busqué el cinturón, me lo abroché y esperé sereno el aterrizaje. Unos diez minutos después, el capitan del avión nos avisa que todo salió bien y nos desea una feliz estadía. El momento de la verdad había llegado.
En un idioma extraño, que conocía, pero en ese momento extraño para mí, me van indicando lo que tengo que hacer al desembarcar: que aduana, que detector de metales, bienvenidos y demás demases. Apurado, trato de hacer todo sin que me vean como un loco, un criminal, un terrorista o alguien suficientemente sospechoso para que la seguridad aeroportuaria deporte sin miramiento. Muestro mi pasaporte, mi boleto de ida y vuelta, mi equipaje de mano, mi visa y el ticket del banco donde hice un depósito de dinero considerable para que estén tranquilos de que no voy a robarle un trabajo a un nativo. Luego de todo eso, vos. Ahí estabas sonriendo nerviosa con él de la mano. Me ves a mí con ella de la mano. Yo saludo a él y vos saludas a ella. Me preguntás como fue todo. Yo contesto que todo estuvo bien. Todo estuvo perfecto.
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