martes, 29 de noviembre de 2011

Hoja


Al caer una hoja, ella es libre.
Libre de escapar, de volver.
Es capaz de viajar miles de kilómetros
hasta caer

Puede flotar en el aire de la mañana
con el sol brillando plácido.
Bajo el cielo abierto sin nubes
ni sombras.

Puede arrastrarse entre la tierra
entre la sorna y la desdicha
buscando eso que la eleve
que la haga sentir viva

Tal vez solo se libera  de su árbol,
desdoblándose en miles de vueltas.
Siguiendo a la gravedad
hasta caer.

martes, 22 de noviembre de 2011

Del otro lado del todo

Si va bien, por ahí posteo algo así todos los martes...

La noche se cierne
entera en mi cuarto,
cuando en la soledad del sueño
tu imagen aparece.
Aparece en luces, en espasmos
hasta hacerse muerte
hasta hacerse vapor
Por otro lado, vos sos mañana,
sos día, sos sol.
Buscando, tal vez, en la rutina
la pálida felicidad de lo cotidiano.
No se que buscás, no se.
Todo es tan diáfano,
todo es tan liviano
Yo me veo en la arena
en el mar, en la tempestad.
En olas con espuma
con el agua en mis pies.
Estoy en otro mundo,
con otras reglas, otras soluciones.
Yo, del otro lado del todo

Espero

jueves, 17 de noviembre de 2011


Al llegar a casa, tenía que terminar esos artículos antes de liberarme por completo del diario. Dos noticias internacionales y una local sobre un accidente en la autopista. Prendí mi laptop y esperé a que cargara el sistema operativo. Al abrir Word, apareció una página como en la que estoy escribiendo en este momento. El trabajo era más fácil que lo que estoy intentando hacer: un título y seguir las pautas que se tienen que seguir al momento de escribir una noticia: seguir un esquema de pirámide invertida, nombrando lo más importante al principio y dejando los detalles para el final. Siempre buscaba fuentes que podía nombrar y no me gustaba usar fuentes anónimas u off the record. Nunca “un político” o “fuentes allegadas”. O nombre y apellido o nada. Debe ser por eso que el jefe de redacción no me quería dejar ir. Siempre de frente. Si no podía hacer eso, no escribía. Dejaba que otro lo hiciera. Otra cosa que siempre hice fue firmar la noticia. Siempre fui responsable de lo que se estaba por leer. Sentía esa necesidad de hacerme cargo de las cosas, de hacerme cargo de cada letra impresa en esa página que el diario publicaba. Empecé a escribir.
            “En el día de ayer, ataques a ciertas zonas de Y dejaron un saldo de cien muertos y algo más de trescientos heridos. Los bombardeos asediaron esa ciudad por espacio de unos veinte minutos. Este ataque fue en respuesta al secuestro de treinta de soldados de Z por party de Y. Los medios locales informaron que, seguramente, habría represalias. No solo el ejército sino insurrectos podían atacar distintas objetivos. Aunque el general del ejército de Z aseguró que todo estaba controlado, sus soldados debían estar en alerta máxima ante cualquier eventualidad. Esta guerra lleva ya unos X años sin ver, a futuro, ninguna resolución del mismo…”. 
            Ah, bendita enumeración de hechos y datos. Escribir para el trabajo no me daba tiempo a pensar en la muerte y el sufrimiento de esas personas. Por ahí estaban alegremente celebrando un cumpleaños, un aniversario de bodas o solamente una apacible cena con familiares, cuando la muerte y el horror se desató. Luego del fuego, solo quedan escombros y sangre. Familias destruidas, gente desolada sin saber que hacer. Que habían perdido todo. Que luego del bombardeo, era nada. Solo una persona perdida en un conflicto armado, que habían perdido a uno o varios seres queridos. Que habían perdido su vida por que estaban muertos o estaban muertos en vida. Pero ya no podía detenerme a pensar en eso. Inmediatamente empecé a escribir el segundo artículo.
            “La nueva cumbre mundial de presidentes situada en la ciudad de F comenzó sin sobresaltos. Los países centrales tratan de solucionar sus crisis ajustando y recortando presupuesto, mientras que los países periféricos, que han dejado de escuchar a los países fuertes y establecen sus políticas a contramano de organismos internacionales y financieros, se mantienen a flote. A veces, hasta aconsejan a sus pares de los países centrales sobre las desavenencias de ciertas políticas tanto económicas como sociales. Sin embargo, mientras que los grandes bancos sigan siendo salvados y no se escuchen las necesidades de los pueblos, se sucederán más crisis como esta…”.
            ¿Qué hago cuando escribo esta clase de reportes? ¿Digo la verdad? ¿O tal vez digo mi verdad? Del otro lado, cuando el lector abre el diario y lee la noticia que  acabo de escribir ¿Dará todo por sentado? Solo espero que el lector no se quede en el molde. Si se queda tieso en su sillón leyendo y asimilando información como una computadora, entonces solamente procesa. Deja de ser un humano ¿Qué sentido tiene informarse cuando se repite? ¿Qué sentido tiene leer cuando uno solo deglute palabras sin analizarlas? No creo que todo lo que esté escrito tenga que ser analizado. A veces uno tiene que leer por el placer de leer. Pero ¿Qué paso cuando nos informamos? Si el lector es un lector hembra, como decía Morelli, como decía Julio, estamos Perdidos.


jueves, 10 de noviembre de 2011


            Era una oficina como cualquier otra. Si se imaginan  una agencia de policía yankee, no necesitarán más detalles. Mi futuro exjefe esta sentado en su mullido sillón. Un poco cabizbajo, con mirada perdida, sin saber que carajo hacía en ese lugar en mi día de franco. Se meció por unos breves segundos como si siguiera el compás que marca el segundero de su reloj de pared, detrás de él, a lo alto. Como el otro que iba a ser mi futuro jefe, también era un señor entrado en años. Un pelo cubierto con canas, frente amplia, con cejas que casi tapan sus ojos marrones. Un pequeño bigote que lo hacía parecer a Charles Chaplin. Una boca pequeña, seguida de una papada enorme. Era una persona que por más que estuviera sentada, parecía que había corrido una maratón de lo mucho que transpiraba. Me hizo tomar asiento y me preguntó el motivo de mi visita.
            “Vengo a presentar mi carta de renuncia”.
            “¿Qué venís a hacer qué?
(Vengo a presentar mi carta de renuncia viejo gagá, ¿O no me escuchás?) Pienso mientras busco una respuesta más amigable.
            “No me siento a gusto, nada más. Voy a terminar de escribir los últimos artículos que tengo que hacer. De eso no se preocupe”.
            “¿A qué te pagan mejor en el diario de enfrente no? ¿Te vendés así nomás?”
            “No, para nada. Es más, todavía no se adonde voy a ir”.
Ya lo tenía todo planeado, pero no tenía ganas de dar explicaciones.
            “Es una minita. Estás caliente con una minita y te vas como si nada. Como decía mi abuelo, tira más que una yunta de bueyes ¿No?”
Les cuento que era uno de sus mejores redactores. No me iba a dejar escapar así nomás.
            “Tampoco es por eso. Solo quiero cambiar de aire, nada más. No es por la plata o mujeres u otra cosa”.
Mi (ahora si) exjefe estaba un poco exaltado. No entiende ninguno de mis motivos. Estuvo mirándome furioso durante algunos minutos, pensando en lo próximo que sus labios iban a pronunciar. Era mi decisión y estaba tomada. Me tenía que dejar ir.
            “Esta bien, esta bien. Sabés que por ser una renuncia no te corresponde un mango, ¿Sabías?
            “Sí”. Eso lo tenía claro desde un principio.
            “Listo, terminá esos artículos y mandamelos por mail. Que tengas suerte”.
Y así fue como terminé mi relación laboral con el diario.

jueves, 3 de noviembre de 2011

I


Así empezó esta historia. Empezó un día en una casa que ya no es mía. Con muebles y cosas que ya no son míos. Con un trabajo aceptable pero muy aburrido. Que me ayudaba a llegar a fin de mes con holgura, pero que ya no me satisfacía. No era rico, pero siempre pude darme algunos gustos. Uno de ellos fue mi biblioteca. Fue de lo único de lo que no pude deshacerme. La deje en casa de mamá, en el cuarto que era mío. Se puede decir que parte de mi historia esta ahí. Kafka, Borges, Cortazar, Carver, Faulkner entre otros, han estimulado y saciado mi deseo de leer. Sin embargo, no me sentía a gusto conmigo mismo. No me sentía gusto con esa vida, mi vida, y a donde me estaba llevando. Ni mis libros, ni mis cosas, ni mi biblioteca podían satisfacerme por completo. Además, ya no tenía novia y por primera vez tenía una chance de salir de algo prefabricado.
            No se como un amigo me contactó con alguien que necesitaba un chofer para manejar un camión. Él sabía que no estaba conforme con mi vida y pensó que esto podía ayudarme. Cuanta razón tenía. Me encontré con el que iba a ser mi jefe en esta nueva aventura unos días después que mi amigo me contó la buena nueva. Era un señor entrado en edad, que sabía del negocio. Llegué a su oficina y lo único que me dijo fue “Pibe ¿Tenés carné de conducir profesional?” Al decir que si me informó que en unos días me iba a llamar para el primer viaje. Como estaba en ese momento a prueba, iba a ser corto, para ver como me desenvolvía manejando. Mi amigo parece que le dio buenas referencias, digo, por lo rápido que me contrató. Mientras esperaba mi primer viaje, fui a donde en ésa época fue mi casa para poner todos mis asuntos en orden. Fue cuando vi por última vez a mi biblioteca, antes de su mudanza.
            ¿Cuántas historias había en ese mueble rectangular de unos dos metros por uno cincuenta? Cuantos personajes, cuanta gente metida en problemas, por azares de un escritor sentado frente a una máquina de escribir, frente a una computadora, frente a una hoja de papel, escribiendo con una lapicera de tinta negra, azul, violácea ¿Qué tiene la escritura que atrapa, que embeleza, que nos lleva a un viaje donde ni siquiera los cinco sentidos que tenemos los seres humanos pueden llegar siquiera a interpretar? Será que como raza en este planeta llamado Tierra queremos dejar algún legado, una huella, algo que indique que estuvimos vivos, que amamos, que odiamos, que soñamos a lo largo de lo que denominamos como vida. Será que tal vez, nos sentimos libres al escribir. Yo me siento libre cuando escribo. Todo esto es un viaje donde me siento en el aire, mi cuerpo y mi mente están volando al mismo tiempo. Al cerrar el cuarto donde alguna vez estuvo mi biblioteca, algo mío queda ahí.
            Luego vuelvo a mi vida. La tele, la computadora, las catástrofes mundiales, la escasez de comida, las reuniones de líderes mundiales. Voy a un escritorio a escribir el telegrama de renuncia, lo primero que tenía que poner en orden ¿Qué hago? Tendré que usar toda la formalidad que aprendí durante muchos años. Lo políticamente correcto inunda mi escritura. Palabras cuidadosamente elegidas, frases armadas para no ofender a nadie. Me molesta hacerlo, pero no tengo otra. Los párrafos condescendientes y vacíos, con palabras de agradecimiento llenan la hoja de mi computadora, o de lo que un día denominé como mí computadora. Lo releo, busco algunos errores gramaticales y de estructura y finalmente lo imprimo. El traqueteo de la impresora se parece a una locomotora andando a toda máquina, atravesando paisajes que recién en este camión pude contemplar cada vez que viajo. Luego de algunos minutos, La renuncia esta lista. Estampo mi firma al final de la hoja y salgo para la empresa donde trabajaba.
            Hago el camino en el tiempo que siempre me tomó llegar al laburo. Saludo a todos y pregunto por mi jefe a su secretaria. Me contesta que está hablando por teléfono, pero que no me hiciera drama, que en unos minutos me iba a atender. Al ser mi día de franco, me pregunto por que estaba ahí. Le dije que después le contaba. Hice unos pocos hasta llegar a una silla. Sentado en ese pequeño asiento a pasos de lo que iba a ser mi futuro ex-jefe empiezo a preguntarme sobre mi viaje ¿Cómo será? ¿Me iré a adaptar a ese estilo de vida? Aclaro que quería cambiar, pero siempre uno tiene miedo de enfrentarse con lo desconocido. Es la ansiedad de verte despedido hacia algo sobre lo que no estás acostumbrado, de lo que uno no siente certeza absoluta, sino que todo lo que hay es incertidumbre ¿Qué será de los lugares, de la gente que voy a encontrar en mi viaje? ¿Pensarán igual que yo, veremos las cosas de diferente manera? ¿Qué pensara un chacarero sobre la última crisis internacional, qué pensara un maestro rural sobre su trabajo? ¿Cómo es vivir en otra ciudad? ¿Hay otras palabras para hablar sobre el amor, sobre el entendimiento, sobre si Messi debe jugar en la selección o no? ¿Qué significará tener trabajo en ese lugar? ¿Qué será ser feliz en ese lugar? Tal vez encontraré un amor o varios, viviré aventuras o solo viajaré como un autómata a través de rutas, de carreteras, de calles y avenidas. ¿Qué sentiré al arrancar el camión y salir a la ruta, al viaje, a lo desconocido? La realidad me llama. Me hacen pasar a despacho de mi jefe.
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