Así empezó esta historia. Empezó
un día en una casa que ya no es mía. Con muebles y cosas que ya no son míos.
Con un trabajo aceptable pero muy aburrido. Que me ayudaba a llegar a fin de
mes con holgura, pero que ya no me satisfacía. No era rico, pero siempre pude
darme algunos gustos. Uno de ellos fue mi biblioteca. Fue de lo único de lo que
no pude deshacerme. La deje en casa de mamá, en el cuarto que era mío. Se puede
decir que parte de mi historia esta ahí. Kafka, Borges, Cortazar, Carver,
Faulkner entre otros, han estimulado y saciado mi deseo de leer. Sin embargo,
no me sentía a gusto conmigo mismo. No me sentía gusto con esa vida, mi vida, y a donde me estaba llevando.
Ni mis libros, ni mis cosas, ni mi biblioteca podían satisfacerme por completo.
Además, ya no tenía novia y por primera vez tenía una chance de salir de algo
prefabricado.
No
se como un amigo me contactó con alguien que necesitaba un chofer para manejar
un camión. Él sabía que no estaba conforme con mi vida y pensó que esto podía
ayudarme. Cuanta razón tenía. Me encontré con el que iba a ser mi jefe en esta
nueva aventura unos días después que mi amigo me contó la buena nueva. Era un
señor entrado en edad, que sabía del negocio. Llegué a su oficina y lo único
que me dijo fue “Pibe ¿Tenés carné de conducir profesional?” Al decir que si me
informó que en unos días me iba a llamar para el primer viaje. Como estaba en
ese momento a prueba, iba a ser corto, para ver como me desenvolvía manejando.
Mi amigo parece que le dio buenas referencias, digo, por lo rápido que me
contrató. Mientras esperaba mi primer viaje, fui a donde en ésa época fue mi
casa para poner todos mis asuntos en orden. Fue cuando vi por última vez a mi
biblioteca, antes de su mudanza.
¿Cuántas
historias había en ese mueble rectangular de unos dos metros por uno cincuenta?
Cuantos personajes, cuanta gente metida en problemas, por azares de un escritor
sentado frente a una máquina de escribir, frente a una computadora, frente a
una hoja de papel, escribiendo con una lapicera de tinta negra, azul, violácea
¿Qué tiene la escritura que atrapa, que embeleza, que nos lleva a un viaje
donde ni siquiera los cinco sentidos que tenemos los seres humanos pueden
llegar siquiera a interpretar? Será que como raza en este planeta llamado Tierra
queremos dejar algún legado, una huella, algo que indique que estuvimos vivos,
que amamos, que odiamos, que soñamos a lo largo de lo que denominamos como
vida. Será que tal vez, nos sentimos libres al escribir. Yo me siento libre cuando escribo. Todo esto es un viaje donde me
siento en el aire, mi cuerpo y mi mente están volando al mismo tiempo. Al
cerrar el cuarto donde alguna vez estuvo mi biblioteca, algo mío queda ahí.
Luego
vuelvo a mi vida. La tele, la computadora, las catástrofes mundiales, la escasez
de comida, las reuniones de líderes mundiales. Voy a un escritorio a escribir
el telegrama de renuncia, lo primero que tenía que poner en orden ¿Qué hago?
Tendré que usar toda la formalidad que aprendí durante muchos años. Lo
políticamente correcto inunda mi escritura. Palabras cuidadosamente elegidas,
frases armadas para no ofender a nadie. Me molesta hacerlo, pero no tengo otra.
Los párrafos condescendientes y vacíos, con palabras de agradecimiento llenan
la hoja de mi computadora, o de lo que un día denominé como mí computadora. Lo
releo, busco algunos errores gramaticales y de estructura y finalmente lo
imprimo. El traqueteo de la impresora se parece a una locomotora andando a toda
máquina, atravesando paisajes que recién en este camión pude contemplar cada
vez que viajo. Luego de algunos minutos, La renuncia esta lista. Estampo mi
firma al final de la hoja y salgo para la empresa donde trabajaba.
Hago
el camino en el tiempo que siempre me tomó llegar al laburo. Saludo a todos y
pregunto por mi jefe a su secretaria. Me contesta que está hablando por
teléfono, pero que no me hiciera drama, que en unos minutos me iba a atender.
Al ser mi día de franco, me pregunto por que estaba ahí. Le dije que después le
contaba. Hice unos pocos hasta llegar a una silla. Sentado en ese pequeño
asiento a pasos de lo que iba a ser mi futuro ex-jefe empiezo a preguntarme
sobre mi viaje ¿Cómo será? ¿Me iré a adaptar a ese estilo de vida? Aclaro que
quería cambiar, pero siempre uno tiene miedo de enfrentarse con lo desconocido.
Es la ansiedad de verte despedido hacia algo sobre lo que no estás
acostumbrado, de lo que uno no siente certeza absoluta, sino que todo lo que
hay es incertidumbre ¿Qué será de los lugares, de la gente que voy a encontrar
en mi viaje? ¿Pensarán igual que yo, veremos las cosas de diferente manera?
¿Qué pensara un chacarero sobre la última crisis internacional, qué pensara un
maestro rural sobre su trabajo? ¿Cómo es vivir en otra ciudad? ¿Hay otras
palabras para hablar sobre el amor, sobre el entendimiento, sobre si Messi debe
jugar en la selección o no? ¿Qué significará tener trabajo en ese lugar? ¿Qué será
ser feliz en ese lugar? Tal vez encontraré un amor o varios, viviré aventuras o
solo viajaré como un autómata a través de rutas, de carreteras, de calles y
avenidas. ¿Qué sentiré al arrancar el camión y salir a la ruta, al viaje, a lo
desconocido? La realidad me llama. Me hacen pasar a despacho de mi jefe.