sábado, 8 de noviembre de 2008

El colectivo



AGUANTE EL 531 532 QUE ME LLEVA A LA FACU! :P




Sube al colectivo que lo lleva a su trabajo. El trabajo que le da de comer, el que necesita para poder pagar lo que ha gastado todo este tiempo. Dentro de ese colectivo, ve como parte de su tiempo se detiene cuando sube, paga su boleto y consigue un asiento (preferentemente atrás, donde uno evita cederlo. Preferentemente los asientos individuales, dado que no le gusta moverse mucho.). El viaje tarde aproximadamente una media hora. Cuarenta y cinco minutos como máximo.
Vive en los suburbios. Así que distingue como el paisaje se va transformando de un color verde grisáceo a uno totalmente gris. Ve los pequeños asentamientos de personas que por diferentes motivos terminaron ahí. Ve los grandes countries donde personas, con diferentes motivos, terminaron ahí. Ve esa gran diferencia y se pregunta el porque de que este mundo sea tan desigual, que nada es como lo que se muestra, que el estudio ya no es un futuro asegurado como profesional en una cadena de supermercados, sino que uno trabaja ahí, aún siendo profesional. Ve como los grandes shoppings se erigen en lo alto, como dioses del consumo desenfrenado de la gente, que olvida sus problemas gastando dinero, en vez de enfrentarlos y divorciarse, cambiar de trabajo o simplemente, irse lo más lejos posible de todo y todos. Ve como la gente niega la existencia del que pide limosna, no viéndole a la cara y esperando que ese fantasma desaparezca. Pero sigue ahí.
Poco a poco, se va acercando a la ciudad. A esa ciudad que lo maravillaba cuando era joven, de la que se escapó cuando empezó a crecer, y a la que regresa todos los días por el trabajo, bendito trabajo, que lo amarra a su cotidianeidad. Ve los edificios, con miles de historias dentro. Historia de jóvenes parejas que imaginan un futuro esperanzador, con parejas ancianas que vieron como ése futuro se les fue de las manos. Con parejas de edad madura, que se engañan unos a otros y fingen que esta todo bien.
Ve los grandes carteles de publicidad, donde se le muestra a la gente cómo tiene que vivir, cómo tiene que conocerse, cómo tiene que amarse. Muestra a toda esa gente feliz usando ese producto que quieren vender, aunque por dentro esas personas vivan en la más absoluta soledad y encierro, ellos son felices en ese mundo de mentira, de banalidad y costumbrismo.
Deja de mirar hacia fuera, y empieza a notar las caras de los demás pasajeros. Tienen casi la misma vida que él, casi la misma rutina, casi sus mismos sueños. Algunos tienen cara de estar cansados de ver el mismo paisaje que él estuvo contemplando unos minutos atrás. Otros charlan animadamente con conocidos sobre sus cosas: la facultad, el esperado ascenso, hijo, casamiento, embarazo, cumpleaños, separación. No saben que son escuchados, no les importa en lo más mínimo.
Se cansa de la vista monocromática del colectivo. Vuelve su mirada a la ventanilla, esa invisibilidad visible que lo separa del mundo exterior. Ve como las madres llevan a sus nenes al jardín, y a metros de ellos, chicos sin futuro dándose con lo que venga. Nota que esa desigualdad que vio unos minutos atrás en los suburbios, se repite en la ciudad. Esa que no es de nadie, pero sin embargo es de todos.
Mira atentamente la cara de las personas afuera. Algunos contentos, algunos tristes, algunos directamente, con cara de nada. Se repite lo del colectivo pero en la calle, afuera. Todos buscan ese algo que persiguen y persiguen, pero al que nunca llegan.
Sabe que su viaje esta llegando a su fin. Que en cualquier momento va a tener que abandonar el asiento que en este instante esta ocupando y que luego ese asiento va a hacer ocupado por otra persona con casi su misma vida, su misma situación, y sus mismos pensamientos. Y el ya no va a estar más allí. Ni siquiera va a ser recordado por nada ni nadie ahí dentro. Un anónimo entre cientos y miles de anónimos que usan esa línea, ese colectivo por que ha viajado y tal vez no viaje nunca más.
Las calles se les van haciendo conocidas. La casa de ropa, el restaurant, la casa de computación donde compró su primer computadora, donde conoció a su primera novia, a su esposa, a su amante. Por fin, luego de tanto tiempo ha llegado la hora de descender, de salir de su espacio ocupado, de tocar el timbre que obliga al colectivero a parar, a abrir sus puertas, para que ese ser humano cruce ese umbral, esa frontera, para volver a lo que llamamos comúnmente la calle, la realidad, la vida.
Baja del colectivo que lo lleva a su trabajo.

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