jueves, 29 de diciembre de 2011

II



            Los cambios los pasaba como la autopista que me llevaba de la ciudad hacia la ruta. Lentamente, las luces de los edificios caían como fichas de dominó, para dar paso a luces de pequeñas casas, de pequeños barrios de la gran ciudad. Luego de eso, la oscuridad de la ruta, iluminada únicamente por algunos faroles y las luces de mi camión. Este parecía que engullía el camino asfaltado como si de una caminadora, de esas que se usan en el gimnasio, se tratara. Las líneas blancas y naranjas se intercalaban, a veces caprichosamente, otras veces muy suavemente.
           Las horas iban pasando mientras, sentado en el asiento del conductor, me acordaba el lugar donde tenía que ir. A pesar de que el GPS me lo indicaba, igual quería pensar para entretenerme un poco. Primero tenía que entregar frutas y verduras para un supermercado fuera del pueblo. Luego recorrer algunos almacenes y mi trabajo estaría terminado. Por suerte no tuve ningún contratiempo. Ninguna goma se pinchó, ningún cable se cortó y perdió aceite, nafta o lo peor, el liquido para frenos. También, ningún pirata del asfalto que me haya robado la mercadería. Bastante bien para el primer viaje.
            Con las primeras luces del sol, la ruta dejada de ser un lugar sombrío y oscuro, para dar lugar a la llanura. Mucho de ella sembrado con vegetales y cereales de estación. De vez en cuando, alguna arboleda para evitar que la tierra “volara” y a lo lejos, a veces, se veía una chacra o grandes estancias. Como si estuvieran Salpicando la llanura con tonos bayos, marrones y blancos, habían vacas y caballos pastando apaciblemente, sin saber las vacas que en el momento de engorde iban a parar al matadero; los caballos comiendo para juntar energías para el resto de la jornada.
            A lo lejos vi el supermercado. Era una de esas grandes cadenas que se había instalado porque el pueblo era frecuentado por gente rica e influyente. Se veía desde muy lejos el cartel, que cambiaba de colores como banners de páginas web, que te dicen que sos el visitante novecientos noventa y nueve mil y ganaste un I-Pad, un viaje o lo que se les venga en gana. Empiezo a desacelerar hasta que finalmente me detengo. Me quedo un rato descansando luego de tanto viaje. En eso veo un pájaro, muy pequeño, revoloteando cerca del camión. Abro la puerta y lo dejo entrar. Hace unos pequeños pasos por el tablero del camión y asi como si nada me dice “Que fresco ¿No?” Me quedé mudo. No sabía que los animales hablaran.

martes, 27 de diciembre de 2011

Tarde del té

Ayer pasé la barrera de las mil visitas. Gracias a todos los que comparten mis pensamientos en voz escrita.



Te acordás de la tarde del té
en el campo de lavandas
envueltos en un cielo azul.

Nos miramos a los ojos
te hice reír
y me perdía en tu mirada.

Me contaste de tus días
de tus sueños
sobre la tierra y el mar.

Te hablé de mi alegría
de tu paz tan clara
de tu pelo color amanecer.

Y así se fue la tarde
en el campo de lavandas
envueltos en el cielo azul

jueves, 22 de diciembre de 2011

Termina lo que puede ser el primer capítulo de mi historia


Entretanto, mi futuro jefe me llama para decirme que esté listo para el primer viaje. Voy a salir el lunes por la noche hacia un pueblo no muy lejos de donde estamos, para probarme. Al terminar la llamada, me preparo algo de ropa por si las moscas. Eso era lo más fácil. El tema era, si salía todo bien, los libros que iba a llevar. No sabía si después de mi primer viaje iba a ver unos cuantos más. Quería estar preparado. Sin dudarlo me fui a una librería. Ahí el ambiente es calmo. Nadie ofrece nada; todo esta al alcance de la mano. Para que uno agarre sin ser molestado. Como iba a hacer un viaje, quise comprar uno que también hablara de eso. Así encontré Las Ciudades Invisibles. Pagué y me fui a casa, a esperar.
            El fin de semana pasa, y llega el día del viaje. Hago algunas visitas, le dejo la llave de mi casa a mi vieja y unas horas mas tarde, de noche, voy a lo que va a ser mi nuevo trabajo. Mi jefe me estaba esperando y me felicita por la puntualidad. Tengo que llevar un acoplado con comida a unos cuatrocientos kilómetros de ahí. Me pide que tenga cuidado, que no me quiera hacer el Schumacher y sea prudente al manejar. Él me iba a controlar vía GPS asi que nada de boludeces. En eso me entrega las llaves del camión. Me desea buena suerte y me aclara que la carga tiene que estar lo más temprano posible, más tardar a las ocho de la mañana. Me vuelve a desear suerte y me indica donde esta el camión. Me acerco, verifico que todo esté en su lugar y arranco el motor.



martes, 20 de diciembre de 2011

Recuerdos


Que es que lo que va a pasar
cuando pases ese umbral
y no seas

Yo quedaré vagando en la casa
esperando en la puerta
tu regreso

Miraré con desesperanza
gritaré sin ser escuchado
No basta.

Volveré a mi sombra
a mi escondite
para que no me vean llorar.

martes, 13 de diciembre de 2011

Estados


¿Que será ser agua?
Serán corrientes que se entremezclan o
la presión desatada

¿Qué será ser aire?
Liviano y debil
o ventarrón imparable

¿Qué sera ser fuego?
Calidez y tranquilidad
o furia sin control

¿Qué será ser tierra?
La cuna del nacimiento
o descanso eterno

¿Qué será ser vos?
Ya no lo puedo preguntar
la respuesta sos vos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Pelotas

No seguí con mi relato largo, pero quería dejar algo por acá. Microrrelato que surgió de un cadaver exquisito.



            Pelotas multicolores invadieron las calles una soleada mañana de domingo. Nadie supo como llegaron. Solo rebotaban por las calles, avenidas, carreteras, como si les pertenecieran. No seguían una ruta fija. Solo giraban, metiéndose en ventanas, en patios, en casas. La gente se preguntaba quien tuvo semejante idea ¿Es una campaña publicitaria? ¿Algo para el verano? Varias personas se acercaron a ellas. Tenían una textura rugosa. Eran  muy livianas, como si estuvieran llenas de aire. Mientras tanto, ellas seguían apareciendo, inmiscuyéndose en cada rincón que podían hacerlo. Parecían pelotas llenas de vida, de pasión.
            Los medios se hicieron eco de lo sucedido. Casi todos lo atribuían a una argucia publicitaria, ya que se acercaba el verano y muchas empresas hacían este tipo de movidas. Sin embargo, ninguna empresa admitió nada. Las pelotas continuaban siendo un misterio. Las horas pasaban y ellas no paraban de arribar a la ciudad. Seguían rebotando, Esta vez a un mismo ritmo, a un mismo compás. Continuaron así toda la noche: pum, pum, pum, como tambores que no paraban de retumbar. A la mañana siguiente, las pelotas multicolores pararon de picar. Se detuvieron al mismo tiempo, sin moverse un centímetro. La gente no prestó atención. Siguió con su rutina, comprando, caminando de aquí para allá apurados, con caras de cansados por la nueva semana que comenzaba.
            Las pelotas empezaron a moverse despacio, sin que nadie se diera cuenta. Poco a poco, iban adquieriendo velocidad y fuerza. Comenzaban a rebotar una vez más, todas al unísono. Primero unos pocos centímetros, luego un poco más alto.

martes, 6 de diciembre de 2011

Murmullos



Podría escribir los versos más tristes como Neruda
podría buscar en el anillo respuestas en esas palabras grabadas.
Tener por si acaso, alguna certidumbre
de lo que va a pasar.

Te susurraría miles de palabras
que no escucharías.
Hilvanar miles de frases
que no entenderías.
Buscar en tu idioma
alguna salida

I could try to tell you many fantasies
of green and yellowish valleys
maybe look for a key
that will set me free

I will murmur in your ear what we did
in the web of thousand nets
what we could not do together
in a place, far away, you and me.

Tratar de hacer memoria
de las cosas que he querido decir
que el tiempo borró sin premura
que el olvido no llegó a tocar

I will go through the seas and skies
to figure out an answer I cannot find.
Maybe, one day, in our place
where we can dream, where we can fly.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Seguimos con la historia como todos los jueves.


Me queda el último informe, un accidente en la autopista. Por suerte no murio nadie, solo un herido leve. Lo de escribir noticias amarillistas no es lo mío. Termino la última línea y releo todo por si las moscas, un proofread nunca esta de más. Mando mis artículos por mail al diario y apago la computadora. Sin darme cuenta, ya es de noche. Preparo la cena y veo un poco de tele. Antes de ir a dormir el viaje vuelve, la ruta, vuelve, los caminos vuelven. Sin embargo, me digo que ya tendré tiempo de pensar en eso. Solo cierro los ojos y duermo.

Al día siguiente, los rayos del sol atraviesan los poros de mis cortinas. Es hora de hacerse algo de café y unas tostadas. Al terminar el desayuno pienso en algo: ¿que tal si pongo por escrito lo que pase mientras viajo en el camión? En ese instante la idea de comprarme una tablet se me vino a la cabeza. No me gusta escribir en un cuaderno y escribir a mano. Mi letra siempre fue horrible. “Letra de médico” como me decía mamá. A pesar de que la escritura en manuscrita estimula la creatividad (según dicen) decidí comprar la tablet. Me vestí, me arreglé y salí. No tenía ganas de comprar por Internet, así que fui a una casa de electrodomésticos a comprarla. Me encantan esos lugares. Lo de encantar lo digo con un dejo irónico porque me causa gracia la forma en que todo esta (si se tiene el dinero) al alcance de la mano, ordenado. Como si las soluciones de todos los problemas tuvieran su fin en comprar un LCD en miles de cuotas. La tecnología me encanta, eso sí lo digo sin un atisbo de ironía. Pero de ahí a que solucione la vida

En fin, al entrar al local ya sabía de antemano el modelo que iba a elegir. Que decidiera comprar en ese momento, no quita, que ya hubiera visto en Internet varios modelos. Al ser de lo que se denomina países en desarrollo, siempre elegí muchos aparatos y gadgets chinos. Así fue con mi Family Game, una copia barata de la Nintendo Entertainment System, bastante difundido por estos lares. Por eso, le escapé al I-Pad por su precio y me fui con una tablet de precio más accesible para mi bolsillo. Otra manía que tengo es la de no ir a hablar con ningún vendedor sino para pedir lo que tenía pensado de antemano. Así que cuando llegó un muchacho de unos veintipico de años, le pido el modelo de tablet. Así arrancamos.
            “Sabe que tiene 4Gb expandibles a 32Gb, 1Ghz de procesamiento, 512 megas de RAM, el último androide el sistema de Google, vio, el buscador”.
            “Sí, lo se”
            “También tiene una autonomía de unas cuatro horas y conexión WI FI”.
            “Sí, gracias” ¿Por qué carajo no compré en  Internet? Pienso y trato de poner buena cara.
            “¿Contado o en cuotas?”
            “Contado”
Vamos a la caja y pago. El “muchas gracias por su compra” es pronunciado casi mecánicamente por el empleado y salgo.
            Al volver a casa me siento en la mesa del comedor para ver mi tablet. Con cada chiche tecnológico que compro es un ritual. Como desde chico a mis viejos les costaba comprar estas cosas, siempre estas compras eran como comprar un libro: toda una experiencia. Al abrir mi caja y sentir el olor a nuevo, me siento como un chico abriendo un regalo de navidad. Leo el manual de instrucciones por las dudas y lo pongo a cargar. Ya iba tener tiempo de chusmearla después.




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