“Suprimir” apretó Murdoch, tecla que la hizo desaparecer a Julia
de la faz de la tierra. Se sentía Dios al hacer eso: podía destruir una vida en
un par de segundos. Luego pensó en otra persona para desaparecer. Pensó en su
jefe. Sí, ése va a tener que caer. Ese idiota que me jode día y noche en el
trabajo. Sí, así no jode nunca más a nadie. Pensó por un segundo y deletreó
minuciosamente el nombre de su víctima. Sin miramiento, vio de desde la
pantalla de su computadora, cómo ese hombre se esfumaba. Estaba entusiasmado. Pensó
en cada una de las personas que iba a destruir y las escribió en un archivo de
Word. Pensó hacerlo en ese mismo instante, pero esperó al otro día para dar el
golpe.
Al
otro día en el trabajo, todos sus compañeros estaban preocupados por la
desaparición del jefe. No sabían que había pasado. La policía estaba empezando
a buscar por todos lados, pero todavía no habían dado con él. Murdoch se
regocijó por dentro. Nunca lo iban a encontrar, por más que los buscaran por
cielo y tierra. Podían buscar por toda la Vía Láctea y no lo iban
a encontrar. Nunca. Murdoch quería estar en su casa, para continuar su vendetta
contra todas esas personas que odiaba. Pensaba y repensaba en su próxima
víctima ¿Sería el portero del edificio donde vivía? ¿Sería el vecino de al
lado, que no lo dejaba dormir los sábados? Volvió a su casa pensando en todo
eso.
Preparó
café y tostadas e inició su computadora. Mientras arrancaba el sistema
operativo, bebía de a sorbos su café. Al aparecer su escritorio, no dudó en
hacer doble click en Word. Ahí estaba su lista de víctimas. Solo tenía que
apretar suprimir y listo. Ya no estarían más. Abrió el archivo y lo fue leyendo
despacio, deletreando cada vocal y consonante de esos nombres. Nombres que al
fin y al cabo eran personas. Pero a él eso ya no le importaba. Eran una
molestia que debía ser eliminada.
Primero
fue con una compañera de trabajo. Todos los días le pedía algo y nunca se lo
devolvía: una lapicera, un café, algo de plata. Suprimir. Después un ex amigo
del colegio, que le robó a su novia de la secundaria. Suprimir. La lista se
hacía cada vez mas corta. Suprimir. Suprimir. Suprimir. A veces apretaba la
tecla con bronca, como un mercenario disparando a mansalva con su
ametralladora. Otras veces lo hacía con delicadeza, como si disparara con un
rifle francotirador desde cientos de metros de distancia. Ya no importaba nada.
Había que suprimir.
Se
le fue la noche suprimiendo gente. Ya solo quedaban dos o tres personas. Se
tomó un breve descanso. Preparó más café y lo tomó de un sorbo, como un shot de
tequila. Al sentarse de nuevo en la computadora, se sintió desganado, cansado,
como si se evaporara ¿No sería que…? No. Imposible. Solo él podía suprimir. Se
sintió en el aire, como si eferveciera, como si fuera la solución del té Vick.
Fueron desapareciendo sus piernas, sus brazos, su torso, su cabeza. Alguien,
desde otro lugar apretó la tecla suprimir.
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