jueves, 22 de septiembre de 2011

Suprimir

Experimento dadaísta en el taller donde escribo. Título de diario original: Murdoch apretó la tecla "suprimir" Corté las letras y se armó la siguiente frase: "suprimir" apretó Murdoch tecla la.


“Suprimir” apretó Murdoch, tecla que la hizo desaparecer a Julia de la faz de la tierra. Se sentía Dios al hacer eso: podía destruir una vida en un par de segundos. Luego pensó en otra persona para desaparecer. Pensó en su jefe. Sí, ése va a tener que caer. Ese idiota que me jode día y noche en el trabajo. Sí, así no jode nunca más a nadie. Pensó por un segundo y deletreó minuciosamente el nombre de su víctima. Sin miramiento, vio de desde la pantalla de su computadora, cómo ese hombre se esfumaba. Estaba entusiasmado. Pensó en cada una de las personas que iba a destruir y las escribió en un archivo de Word. Pensó hacerlo en ese mismo instante, pero esperó al otro día para dar el golpe.
            Al otro día en el trabajo, todos sus compañeros estaban preocupados por la desaparición del jefe. No sabían que había pasado. La policía estaba empezando a buscar por todos lados, pero todavía no habían dado con él. Murdoch se regocijó por dentro. Nunca lo iban a encontrar, por más que los buscaran por cielo y tierra.  Podían buscar por toda la Vía Láctea y no lo iban a encontrar. Nunca. Murdoch quería estar en su casa, para continuar su vendetta contra todas esas personas que odiaba. Pensaba y repensaba en su próxima víctima ¿Sería el portero del edificio donde vivía? ¿Sería el vecino de al lado, que no lo dejaba dormir los sábados? Volvió a su casa pensando en todo eso.
            Preparó café y tostadas e inició su computadora. Mientras arrancaba el sistema operativo, bebía de a sorbos su café. Al aparecer su escritorio, no dudó en hacer doble click en Word. Ahí estaba su lista de víctimas. Solo tenía que apretar suprimir y listo. Ya no estarían más. Abrió el archivo y lo fue leyendo despacio, deletreando cada vocal y consonante de esos nombres. Nombres que al fin y al cabo eran personas. Pero a él eso ya no le importaba. Eran una molestia que debía ser eliminada.
            Primero fue con una compañera de trabajo. Todos los días le pedía algo y nunca se lo devolvía: una lapicera, un café, algo de plata. Suprimir. Después un ex amigo del colegio, que le robó a su novia de la secundaria. Suprimir. La lista se hacía cada vez mas corta. Suprimir. Suprimir. Suprimir. A veces apretaba la tecla con bronca, como un mercenario disparando a mansalva con su ametralladora. Otras veces lo hacía con delicadeza, como si disparara con un rifle francotirador desde cientos de metros de distancia. Ya no importaba nada. Había que suprimir.
            Se le fue la noche suprimiendo gente. Ya solo quedaban dos o tres personas. Se tomó un breve descanso. Preparó más café y lo tomó de un sorbo, como un shot de tequila. Al sentarse de nuevo en la computadora, se sintió desganado, cansado, como si se evaporara ¿No sería que…? No. Imposible. Solo él podía suprimir. Se sintió en el aire, como si eferveciera, como si fuera la solución del té Vick. Fueron desapareciendo sus piernas, sus brazos, su torso, su cabeza. Alguien, desde otro lugar apretó la tecla suprimir.

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