Son of a bitch! I’m so glad you’re leaving! She
began to cry.
You can’t even look me in the face, can you?
Raymond Carver, Popular Mechanics
“¡La
tarjeta de crédito amor! ¿Me ves cara de Rockefeller?” Le reprochó Gabriel a
Ana al llegar del trabajo. “Sabés que dentro de poco hay que pagar la hipoteca
del departamento”. A Ana no se le movía un pelo. Poco le importaba su marido;
hacía rato que ella dejo de considerarlo eso. Apenas era un acompañante,
alguien con quien discutir un rato para evitar el aburrimiento de la rutina.
Tal vez era un aviso, uno que tendría que avivar a Gabriel un poco. Tenía que
ser una advertencia de que ella no lo soportaba. “Bueno Gabi tenía que pagar
los materiales y el decodificador al técnico del cable ¿O no te gusta ver tus porno
en HD?” Le retrucó Ana. “Ah bueno, ahora soy depravado sexual, ¿no?” Contesto Gabriel alzando un poco la voz. “No,
no es eso” alcanzó a decir ella “¿Y qué es entonces Ana? Decímelo por favor, no
vamos a andar discutiendo por pavadas”.
El
pequeño living del departamento se fue transformando poco a poco en un campo de
batalla. Cada uno fue cavando trincheras, preparando los nidos de
ametralladoras, dándoles órdenes a los soldados para moverse. Apostados cada
uno desde un vantage point, se miraban decididos a atacar. “Ah! ¿O sea qué tus
ganas de ver porno en vez de coger conmigo son pavadas? ¿¡Es eso lo que querés
decir Gabriel!? Ana disparó el primer cañón de artillería derecho hacia la
masculinidad de él. “¿Qué?” Solo atinó a decir Gabriel, estupefacto por la
contundencia de lo que su esposa le acababa de decir. Los soldados de Ana iban
avanzando decididamente hacia las trincheras de Gabriel. Sus soldados trataban
de responder el fuego, inútilmente.
“Sabés
una cosa, me cansé de esta vida. Me canse de que me critiques mi trabajo, mis
gastos, tu mierda de tarjeta de crédito. No soporto tus quejas, tus caprichos y
tu porno en HD. No TE soporto Gabriel. Ya no más. No me importa adonde tengo
que ir, no me importa que va a pasar, te quiero fuera de mi vida”. Ana sacó a
relucir su artillería pesada, junto con ataques aéreos que debilitaban más y
más las defensas de Gabriel. Él trataba de escudarse, con un “vamos a
calmarlos” o “vamos a pensar mejor, que estas diciendo, tranquilizate”. Pero,
Ana no quería tranquilizarse, no quería tratado de paz. Quería Rendición
incondicional, la capitulación del enemigo, porque su esposo se había
transformado en eso, un enemigo.
La
avanzada final sobre las tropas de Gabriel fue maravillosa, Sun Tzu hubiera
estado encantado. Primero, otro ataque aéreo más para terminar con las pocas
fortificaciones que tenía su esposo.
Luego la artillería retumbó a más no poder por todo el living. Finalmente, la
infantería avanzó hasta sofocar los últimos intentos de repeler el ataque.
Mientras avanzaban por las trincheras, los soldados de Gabriel emprendían la
retirada. Éxito absoluto, la batalla estaba ganada. Ana solo atinó a sonreír. Fue
hasta su dormitorio, agarró un pequeño bolso, puso toda la ropa que pudo entrar
en él y fue hasta el living. Estaba devastado. Muertos y pedazos de metal por
todo el lugar. Su próximamente ex marido, sentado en una mesa, con su firma en
un papel aceptando la rendición incondicional. Ana lo miro extrañada, como si
se tratara de otro hombre. Pero era él mismo nada mas que, ahora, había
mostrado una cara que ella no conocía. “Chau, en unos días mi abogado va a
hablar con el tuyo” le contestó mientras cerró de un portazo la puerta y
Gabriel, con el living devastado, con las armas destruidas, con sus soldados y los
de ella desperdigados por todos lados, se puso a contar las bajas, enterrarlos,
y llamar a su abogado.
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