jueves, 13 de octubre de 2011

Plaza


Cuando era chico, me llevaban a jugar a la plaza España, frontera de Constitución y Barracas, en Buenos Aires. Es bastante grande. De forma irregular, con una estatua de algún  prócer (creo que es San Martín o Belgrano, tenía cuatro años en ese entonces) y en el medio unas hamacas, sube y bajas y un tobogán. Pero lo que más me gustaba hacer en ese lugar, era llevar mi bici y andar a toda velocidad por una de las cuadras, que parecía una recta de carreras. Era todo un ritual llegar hasta ese lugar. Yo vivía en un departamento en la calle Salta, a unos pasos de la avenida Caseros. Era de dos ambientes con cocina, living, baño y un dormitorio. Siendo de chico un poco hiperactivo y con pie plano, mi mama me llevaba a la plaza, para que no molestara a las señoras grandes que vivían debajo con el sonido de mis zapatos que supuestamente corregían mis problemáticos pies. Me ponía unas zapatillas, y salía rápidamente por una escalera de mármol rojo hasta la calle. Caminaba hasta mitad de cuadra, cruzando la calle con mi mamá de la mano. En la esquina de la plaza, mi mamá me dejaba subir a mi bicicleta.
            Era muy chiquita, justa para un nene de cuatro años como yo. Me acuerdo del manubrio con unos plásticos color verde en los extremos, que tenían el contorno de posibles dedos. En el medio, una cobertura de poliestireno cubierto con otro plástico, para evitar un posible golpe en algún posible accidente. Luego venía el asiento de color negro y entre el cuadro blanco, una rueda delantera y  trasera, con estrellas pegadas en una tapa blanca en vez de los típicos rayos y dos rueditas de apoyo. Cuando mis pies quedaban en los pedales, también verdes, arrancaba de manera desaforada para mis cuatro años de edad de una esquina a otra de esa recta de la plaza España. Recta de un color negro, creo yo por ser de asfalto o de algún material parecido. Lo que me hacia andar como un loco era que del lado de la plaza, había unas protuberancias que usaba para saltar. Nunca atinaba a doblar en las esquinas, siempre mi momento Schumacher era en esa cuadra recta.
            En una de esas carreras, alcancé a ver a una mujer sentada en un banco. Parecía una mujer joven, bah a esa edad los adultos o son muy viejos o muy jóvenes. Era rubia, con ojos celestes y flaca, muy flaca. Se veía nerviosa, apurada. Yo solo iba y venia por esa cuadra, teniendo cuidado de no irme mas allá de la esquina. Mi mamá me había prohibido hablar con extraños, por eso yo solo la observaba mientras andaba en mi bicicleta. A veces me detenía, cansado, y me quedaba mirándola. Tenía un aire familiar, como si ya la hubiera visto. Miraba a la nada, pensando en Dios sabe que cosa. Yo seguía pedaleando ida y vuelta, tratando de no irme mas allá de la esquina. Me subía a esos montoncitos de cemento e iba lo más rápido que mis pequeñas piernas podían dar. En todo eso la tarde se había hecho tarde-noche. Mi mamá ya me había dado el ultimátum para irnos a casa. La mujer seguía ahí sentada en un banco de la plaza España. En una de las últimas vueltas que daba, se para, me mira y me dice “Tengo que ir a buscar a mi hijo. Es casi de tu edad”. Después de decir esas palabras, se alejó.
            Traté de no irme mas allá de la esquina, pero no pude. Traté de no mirar, pero no pude. Todas las imágenes se agolpan en mi cabeza todavía hoy: al irme mas allá de la esquina, escuche a mi mamá gritando mi nombre y luego sus pasos frenéticos en dirección hacia mí. Primero veo un auto negro, chocado en la parte de adelante. Luego un auto color gris, chocado en uno de sus costados. Veo vidrios, veo un montón de líquido bordó, veo un cuerpo. Mi mamá mientas grita, atina a taparme los ojos y a agarrar la bicicleta, mientras yo le decía que esa era la señora que había visto al andar en bicicleta, sentada en un banco de la cuadra recta de la plaza España, frontera de Barracas y Constitución allá, en Buenos Aires.
***
¿Será que me acordaba de ella, quizás porque me buscaba a mí?

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