Era de mañana. El sol mostraba
sus primeras facetas de gigante enceguecedor. Me desperté dentro de la cabina
de mi camión. Fui a la parte de atrás para prepararme el desayuno. Un humilde
café con leche y unas galletitas dulces que había comprado en un pueblo horas
atrás. Tanto el aroma como el azúcar del café y las galletitas me levantaron el
ánimo. Volví al asiento del conductor, mirando desde la vera de la ruta el
paisaje, mientras tomaba el café hecho hace pocos instantes. La llanura se
extendía hasta donde podía ver. Los campos se hundían y reflotaban como las
olas del mar. Pensaba en la elección que había hecho de ser camionero. Me había
aburrido la vida de ciudad, siempre de un mismo lado a otro. Siempre
repitiendo, siempre aceptando. Le di un vuelco de 360º a mi vida y decidí
abandonar esa forma de vivir por algo más libre, más emancipador. Esa
oportunidad me la dio el camión que estoy manejando en este momento. Es tener
la oportunidad de elegir adonde quiero ir. A veces, si no hay mucho trabajo,
tengo que entrar en una empresa y seguir un camino establecido. Pero cada vez
que puedo, como sucede en este momento, me gusta trabajar por mi propia cuenta.
Eligiendo hacia adonde quiero ir. Cuan lejos quiero ir.
Enfrente de mí el tablero con algo de la parafernalia de un camión del siglo
veintiuno. En el medio un GPS para no perderme, como me sucedía años atrás, en
algunas rutas que considero peligrosas o al menos, engañosas. En el asiento de
acompañante tengo un par de libros para no aburrirme y una pequeña tablet que tengo
para no tener que cargar la biblioteca entera de mi casa. Pequeño gusto que me
dí al terminar un viaje a una ciudad ya lejana en mi recuerdo Me doy cuenta que
estoy rodeado de indicaciones, de letreros, de señales. Cada uno de ellos con
letras, números, símbolos. No puedo escapar de ese mundo del que a veces formo
parte y a veces me excluyo. Una relación amor-odio de nunca acabar. Pude
escapar de la rutina, de las calles llenas de
gente, de las luces, los carteles y los shoppings, pero nunca de esos
símbolos. Creo igual, son las palabras las que terminan por atraparme.
Este
escape rutinario que hago todos los días a esta hora de la mañana, van a ser
productivos algún día. Creo que en cualquier momento me va a agarrar la locura y empiezo a escribir sobre
cualquier cosa. No importa la historia. Si es simple, es triste, alegre o
aburrida, solamente quiero contar una historia. Quiero contar lo que pasa, lo
que me pasa. Lo que vivo y
experimento en este asiento de conductor de un camión. Él que me permite
pensar, reflexionar sobre lo que hago o dejo de hacer o, en este caso,
escribir. Tengo que agarrar mi tablet, aprovechar el hecho que le compre un
teclado, engancharlo en el puerto USB y narrar. O como me gusta decir a mí,
contar historias. Ya fue. Antes de arrancar el camión voy hasta el asiento del
acompañante y prendo mi tablet. Espero un poco hasta que inicie y conecto el
teclado en el USB. Un doble golpeteo con mi dedo índice a la pantalla al procesador de textos de mi moderna
mini-computadora, y aparece una hoja digital, pero hoja al fin, en blanco.
Mi
mente está como esa hoja. Dejo pasar unos minutos para concentrarme y decidir
como abrir esta historia. Como darle un puntapié inicial. ¿Qué hago? ¿Uso los
clichés de siempre, arranco con un personaje o describo el paisaje? ¿Dejo que
el personaje domine al paisaje o que el paisaje domine al personaje y los sitúe
en un lugar determinado? Tal vez puedo ser simple y hacer como en los cuentos
de antaño: un “Había una vez” o “En un pueblo alejado”. También puedo
inventar un universo, puedo ser el Dios de mis personajes, hacer y deshacerlos
sin ningún miramiento. Puedo dejarlos que me muestren lo que quiero contar,
descubrirlo poco a poco. Sino imaginarme que abro una puerta hacia Dios, o sea,
yo mismo, sabe donde. Ahí es donde me encontraría poco a poco a mis personajes,
mis paisajes, las historias que yo quiero contar, tal vez en forma de cuento,
de microrrelato, de novela. Soy Dios en mi historia ¿no? Puedo tomar todo esto
junto y hacer una ensalada de relatos, de experiencias, de historias. Hasta
puedo repetir miles de veces una frase como all
work and no play makes Jack a dull boy como el personaje de El Resplandor.
Puede alguien estar escribiéndome y no darme cuenta. Alguien que ya me pensó
y me esta haciendo letra por letra,
palabra por palabra, párrafo a párrafo y ni siquiera me daría cuenta.
Puedo
arrancar con alguna cita de algún escritor más famoso que yo, para darme aires
de gran lector y de alguna manera recomendar algo a mis futuros lectores para
que lean lo que leí. Para que vean porque elegí esa cita. Poner una poesía
acaso, para mostrar algún lado sentimentalista o no. Sinceramente, puedo hacer
cualquier cosa. Todo está inventado, todo está escrito ¿Qué importa? La página
digital de mi tablet me está esperando. Esperando que yo la llene con muchas
letras, palabras y párrafos. Con miles de cuentos, de historias, de relatos. De
poesías o poemas. Con personajes y paisajes, con héroes o villanos. Con
personas que les pasa algo y que yo desde mi puesto de Gran Dios de la historia
puedo desentramar. Puedo empezar la historia y desarrollarla de todas esas
formas que he dicho. Y más. Mucho más
O
tal vez puedo arrancar diciendo: Así
comenzó este viaje.
1 comentario:
el hombre que se suelta a medias,
que no puede desprenderse de símbolos...podemos vivir sin símbolos? nos sueltan los símbolos?
ser historia, ser viaje, qué bueno
abrazo*
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