jueves, 1 de diciembre de 2011

Seguimos con la historia como todos los jueves.


Me queda el último informe, un accidente en la autopista. Por suerte no murio nadie, solo un herido leve. Lo de escribir noticias amarillistas no es lo mío. Termino la última línea y releo todo por si las moscas, un proofread nunca esta de más. Mando mis artículos por mail al diario y apago la computadora. Sin darme cuenta, ya es de noche. Preparo la cena y veo un poco de tele. Antes de ir a dormir el viaje vuelve, la ruta, vuelve, los caminos vuelven. Sin embargo, me digo que ya tendré tiempo de pensar en eso. Solo cierro los ojos y duermo.

Al día siguiente, los rayos del sol atraviesan los poros de mis cortinas. Es hora de hacerse algo de café y unas tostadas. Al terminar el desayuno pienso en algo: ¿que tal si pongo por escrito lo que pase mientras viajo en el camión? En ese instante la idea de comprarme una tablet se me vino a la cabeza. No me gusta escribir en un cuaderno y escribir a mano. Mi letra siempre fue horrible. “Letra de médico” como me decía mamá. A pesar de que la escritura en manuscrita estimula la creatividad (según dicen) decidí comprar la tablet. Me vestí, me arreglé y salí. No tenía ganas de comprar por Internet, así que fui a una casa de electrodomésticos a comprarla. Me encantan esos lugares. Lo de encantar lo digo con un dejo irónico porque me causa gracia la forma en que todo esta (si se tiene el dinero) al alcance de la mano, ordenado. Como si las soluciones de todos los problemas tuvieran su fin en comprar un LCD en miles de cuotas. La tecnología me encanta, eso sí lo digo sin un atisbo de ironía. Pero de ahí a que solucione la vida

En fin, al entrar al local ya sabía de antemano el modelo que iba a elegir. Que decidiera comprar en ese momento, no quita, que ya hubiera visto en Internet varios modelos. Al ser de lo que se denomina países en desarrollo, siempre elegí muchos aparatos y gadgets chinos. Así fue con mi Family Game, una copia barata de la Nintendo Entertainment System, bastante difundido por estos lares. Por eso, le escapé al I-Pad por su precio y me fui con una tablet de precio más accesible para mi bolsillo. Otra manía que tengo es la de no ir a hablar con ningún vendedor sino para pedir lo que tenía pensado de antemano. Así que cuando llegó un muchacho de unos veintipico de años, le pido el modelo de tablet. Así arrancamos.
            “Sabe que tiene 4Gb expandibles a 32Gb, 1Ghz de procesamiento, 512 megas de RAM, el último androide el sistema de Google, vio, el buscador”.
            “Sí, lo se”
            “También tiene una autonomía de unas cuatro horas y conexión WI FI”.
            “Sí, gracias” ¿Por qué carajo no compré en  Internet? Pienso y trato de poner buena cara.
            “¿Contado o en cuotas?”
            “Contado”
Vamos a la caja y pago. El “muchas gracias por su compra” es pronunciado casi mecánicamente por el empleado y salgo.
            Al volver a casa me siento en la mesa del comedor para ver mi tablet. Con cada chiche tecnológico que compro es un ritual. Como desde chico a mis viejos les costaba comprar estas cosas, siempre estas compras eran como comprar un libro: toda una experiencia. Al abrir mi caja y sentir el olor a nuevo, me siento como un chico abriendo un regalo de navidad. Leo el manual de instrucciones por las dudas y lo pongo a cargar. Ya iba tener tiempo de chusmearla después.




1 comentario:

silvia zappia dijo...

el hombre que se prepara para el viaje...cómo, cuál será el viaje?...


abrazo*

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